18 agosto, 2012

Lo que tengo y lo que falta.

Este curso mi hijo ha terminado sus estudios de empresariales. Le ha llevado cuatro años lo que es una carrera de tres pero estoy contento. El primer año, tras sus resultados, había aprobado exactamente la mitad de los créditos que correspondían al primer curso. Con aquel ritmo tardaría en sacar seis años una carrera de tres. Ni que se tratara de una ingeniería. Al final parece que las cosas han ido mejor de lo que se podía esperar.


La relación con los hijos nos ayuda a conocernos más. Él me reprocha, nos reprocha a su madre y a mí, que nunca estamos contentos, que siempre queremos más. Lleva razón. Una vez que se alcanza un horizonte nos marcamos otro y parece que nunca se llega.
Si no aprueba le reprochamos que no apruebe, y cuando lo hace nos disgusta que sea con notas bajas, justitas.
El día que se examinó por segunda vez de su carné de conducir yo no tenía nada claro que aprobara. Si no lo hacía teníamos que pagar de nuevo. Aprobó, y me alegré. Pero no pude evitar pensar para mis adentros: “A ver cuando puede pagarse la gasolina”. Es decir, en lugar de celebrar lo conseguido, sufrir por lo que aún no se ha logrado. Llorar por lo que falta en lugar de congratularse de lo que tengo.


Quiero curarme de este vicio pero no sé si lo conseguiré.


Ahora tendría que estar muy contento pero estoy lleno de nerviosismos y de temores. Os explico porqué. Hace ya unos meses el hombre nos dijo que una de las posibilidades que barajaban su novia y él para el próximo año era irse a Estados Unidos. Un primo de ella vive en Saint Louis (Missouri) y los había invitado a ambos a que fueran a vivir a su casa a aprender el inglés. Nada nos gustaba más a su madre y a mí que aquello, pero él, que es muy poco aventurero, que todo lo tiene que tener controlado, que le asusta y le disgusta lo desconocido, le había dicho a su novia que NO.
Hace unos días nos ha dicho que sí. Que quieren irse.

Yo tendría que estar botando de contento. Y tengo que reconocer que en un primer momento me alegré mucho. Pero enseguida apareció el vicio que me impide vivir feliz. Ya me estoy lamentando de “las carencias”. Me gustaría que ya se hubieran puesto a repasar el inglés que saben del bachillerato, que ya estuvieran haciendo los trámites para el visado, que él tuviera una actitud más dispuesta y ambiciosa.

¿Por qué no puedo estar SENCILLAMENTE CONTENTO de que haya tomado una decisión que considero acertada?
¿Por qué no puedo suponer que las cosas irán bien en lugar de poner el foco y la lupa en los mil obstáculos (sobre todo obstáculos internos) que tendrá que salvar mi hijo si quiere realmente aprender inglés?

2 comentarios:

  1. Me alegro mucho de que tu hijo tenga esa oportunidad tan buena, y también de que al final se haya decidido a aprovecharla.
    Quizás lo raro sería que estuvieras 'simplemente' contento porque, por muy controlada que esté la situación, no deja de ser un cambio importante. Sentir algo de miedo es inevitable. Las preocupaciones, supongo, van en el oficio de padre. Pero al final va a ser todo para bien que es lo importante.

    ResponderEliminar
  2. Agradezco tus buenos deseos.

    Hace años escribí algo sobre el oficio de padre. Entonces me pareció muy inspirado. Hoy no lo tengo tan claro. Creo que se alarga demasiado el simil o alegoría o lo que sea.

    Puedes leerlo aquí, si te apetece.

    http://patatitaspochas.blogspot.com.es/2007/06/la-vida-es-una-travesa-por-territorio.html

    ResponderEliminar