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17 julio, 2007

OTRAS COSAS

Pilar está de secretaria en su centro y Elena en un campamento de inglés, Héctor y yo llevamos solos toda la semana en Arenas. Yo controlo su estudio por las mañanas. Quizá a veces este blog lleve a pensar que estoy siempre tumbado a la sombra leyendo, dándome un baño o paseando entre pinos.
He hecho una enumeración de otras cosas que he hecho esta mañana.


Saco magro de cerdo del congelador para comer, se me olvidó ponerlo a descongelar anoche, si no está al final de la mañana usaré el microondas. Arreglo una persiana que tenía rota una lama de plástico, este tipo de trabajos “varoniles” no se me dan especialmente, pero las persianas son una excepción y presumo de saber hacerlo muy bien, tras terminar y al poner de nuevo las cortinas me cargo el soporte izquierdo de éstas, dejo la barra de las cortinas sobre el radiador para repararlo otro día. Bajo al pueblo a por espadadrapo y gasas, mi hijo se hizo una quemadura en la rodilla por contacto con el tubo de escape de la moto de un amigo. Cuando subo le cojo una barra de pan al señor que lo reparte por aquí con su Renault Cangoo, me acuerdo de la jovencita que venía con él el año pasado, agradable recuerdo. Riego con agua del grifo las plantas que Pilar trajo de Salamanca porque así me lo pidióencarecidamente, voy a por agua para beber a la fuente, una vez con las garrafas en casa relleno las botellas para tener fría en la nevera. Atiendo a un señor que va con una furgoneta de puerta en puerta vendiendo melones, sandias, tomates, melocotones, le digo que no me interesa. Friego y recojo la cocina, ya os conté que me enseñó mi madre de jovencillo, pienso durante un rato si utilizar el taladro en el cuarto de baño para instalar una repisita de cristal delante del espejo (idea de Pilar), nada me duele más que hacer agujeros en una pared, estudio como va el soporte que mi mujer ya compró previamente, por el espacio que tengo necesitaría un destornillador de estrella que se adaptara, desisto. Pongo una lavadora de blanco, Héctor la tenderá esta tarde. Hago la limpieza del cuarto de baño pequeño, lleva quince días sin hacerse y como me cuesta prácticamente lo mismo que si lo hubiera hecho ayer considero que me he ahorrado el hacerlo catorce veces. Después de moverme tanto le comento a mi hijo que hace calor, él dice que no se lo parece puesto que está sentado estudiando, abro una lata de cerveza para celebrar todo el trabajo ahorrado, como estos días pasados ya me he acabado las pequeñas me veo obligado a abrirme una de las largas, me lamento de que a Pilar le haya dado ahora por comprar latas de medio litro, nunca lo hacía, es demasiada cantidad para uno sólo, me lamento otra vez y me bebo una entera. Comienzo a hacer el resumen de la economía y la sociedad en Alándalus, al ratito noto el sopor de la una del mediodía que se ha acrecentado con la cerveza, recuerdo que otras veces he hecho el propósito de no tomar cerveza a media mañana si voy a leer, me da sueño, recuerdo que también otros días he dado de lado a esos buenos propósitos. Continúo con el resumen aunque lo que me gustaría sería dormirme la siesta del burro antes de ponerme a hacer la comida.


Hoy pienso hacer arroz blanco y filetes empanados.


Quizás me de un bañito corto en la piscina durante los veinte minutos en que se hace el primer plato.



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Observad con qué facilidad he aprendido a hacer el sangrado de los párrafos. Estoy hecho una máquina. Ha sido sacar un libro de la biblio y ¡chas!

12 julio, 2007

ESTAR

En verano vivir consiste en estar. Sencillamente. Sólo en eso. Nada más. Estar. Nadie te pide otra cosa. Respirar. Y eso lo haces sin darte cuenta, no supone esfuerzo. Un amable sosiego se apodera de mí y me domina una plácida lentitud para hacer las tareas. Es una tranquilidad que no tengo durante el curso y consiste en la ausencia total de ansiedad. No hay prisa, no hay propósito, no hay futuro. El ahora. Simple. Sólo ahora.

He salido en bañador al jardín común y me he puesto a leer bajo una sombra apartada de todo y desde no se ve a nadie. Leo “Cien años de soledad”. A mi me parece el ejemplo máximo de lectura inútil, pero por eso me gusta. El autor cuenta historias gratuitas, graciosas, raras, que sigues con interés y olvidas inmediatamente. El castellano es variado, evocador, sugestivo y entretenido. Lees una capítulo y es un fin en sí mismo. No sientes intriga de qué pasará después. Las cuatro curiosas historias que te ha contado te transportan a un mundo imaginario y liviano en el que estás bien. Es como un paseo sin rumbo que pudieras interrumpir exactamente cuando quisieras.

Una ráfaga de viento repentino hace que un montón de hojitas caigan a la vez del árbol debajo del cual estoy. Alguna se queda en mi pecho. Al estar yo echado boca arriba en una de esas sillas plegables que se convierte en tumbona no tiene ningún problema para aterrizar allí. La breve ventolera y su llegada interrumpen mi lectura y me dedico un rato a mirar el árbol bajo el que me protejo del sol. Observo las ramas por encima de mi, no necesito moverme para hacerlo dada la postura en la que estoy. Veo que desde lo más alto a cada rato se desprende alguna hojita y llega hasta el césped en seguida haciendo giros vertiginosos por el camino. ¿No es en otoño cuando sucede esto? El césped verde está salpicado con hojitas secas, que el jardinero retirará mañana con un rastrillo. Ha parado el aire y durante un rato largo nada se mueve. Todo está quieto. Sólo una frágil ramita se balancea con suavidad pero ninguna hojita se desprende de ella. Mañana de domingo, gran sensación de paz.

Parece que pudiera escucharse el paso lento del tiempo. Pero lo que en realidad llega a mis oídos es el pío-pío y los cantos de diferentes pájaros. ¿Disfrutaría más si supiera identificar y distinguir a qué especies pertenecen? No sé. En todo caso, su sonido es una delicia. Descubro que lo que creía el movimiento de una hoja en el aire es una mariposa blanca que se pasea cerca de donde estoy. Supongo que tendrá dos alas aunque en su rápido subir y bajar no las distingo. No da impresión de que controle mucho la dirección. Su aspecto es el de un papelito blanco que volara loco llevado por el viento. Es agradable sentir la naturaleza hospitalaria del jardín a mi alrededor.
Sigo leyendo a García Márquez.

07 julio, 2007

SARTRE Y LA NAUSEA o algo parecido.

Hoy me ha invadido la angustia. Hace siete días que tengo vacaciones. ¡Siete días ya! ¿Los he aprovechado? ¿De verdad ha pasado tanto tiempo? ¿Qué he hecho que pueda decir, contento, “estoy satisfecho”? ¿No es cierto que aunque ha sido una semana tengo la sensación de que han sido cuatro ratos? ¿Por qué el tiempo de modo implacable sustituye un día por otro de manera que plegándolos todos en un acordeón siniestro el último oculta todos los anteriores?


De repente se me ha hecho presente una verdad conocida y cotidiana, pero no por eso menos dolorosa si lo piensa uno. Tarde o temprano mis vacaciones se acabarán. Ya sé que es una tontería, pasa todos los veranos y no se acaba el mundo. ¿No se acaba? ¿Estáis seguros que no se acaba? No lloro porque no puedo pero motivos no me faltan. Más pronto que tarde terminará el no hacer nada, este vagar libre, mi ocio sin ocupación.

¿Cómo voy a disfrutar hoy sabiendo que mañana todo ésto será nada? ¿No debo llenarme de tristeza? ¿No me llena de hecho de amargura imaginar que mi descanso tendrá un final? ¿Es posible disfrutar de algo que es fugaz? Anticipar con la imaginación un futuro mal ¿no lo hace presente y destruye cualquier gozo posible?


Es la una, la hora del vermut en la antigua Grecia. El camarero ha traído la caña y unas “patatas revolconas” muy ricas. El vientecillo que corre en esta terraza trae el aroma de los pinos cercanos. ¡Qué bien sabe la cerveza en estos días de calor! He escrito esto en el portátil para el blog. Estoy en el chiringo de la poza de Villarejo. Ahora me daré un bañito.

05 julio, 2007

PRIMER BAÑO

Estoy en el río Pelayos. Va a ser mi primer baño de la temporada. Hemos venido sin poner el climatizador para coger con ganas el agua fría, pero cuando meto los pies se me quita toda la que había hecho por el camino. Sé que luego estaré bien, pero me cuesta creerlo al sentir los pies helados que pisan la roca.

Se lo explico a los alumnos, aunque creo que no les he puesto nunca este ejemplo.
Es algo que no viene en ningún libro de cuarto de ética, pero yo le dedico una clase. Tampoco lo incluí en el mío. Se trata de los siete pecados capitales. Cuando se da el tema de la felicidad yo les cuento que para ser feliz según la religión cristiana hay que evitar esos 7 vicios que son el origen de todos los demás.

La pereza es la resistencia a hacer lo bueno. No es que se tenga pereza para lo malo. Nos cuesta hacer algo que sabemos que está bien hacer, algo que somos conscientes que nos proporcionará un bien, pero nos resistimos a ello. Estoy seguro de que si me lanzo al agua no me arrepentiré. Nunca me ha pasado, me gustan los baños en el agua fría.

Sin embargo ha atardecido, ya no da el sol en este hondón por debajo del puente, el sitio está completamente solitario y umbrío, noto mi cuerpo sudado pero considero la posibilidad de ducharme cuando llegue a casa. No es necesario bañarme aquí hoy, tengo todo el verano. Creo que me animaría más si viera a alguien nadando.


De pronto me acuerdo de la definición de la pereza. “Resistencia para hacer lo bueno”. No voy a ser tonto. ¿desperdiciar un baño por esa natural resistencia que ya glosaron los Padres de la Iglesia?

Me meto y, una vez superada la primera impresión que combato dando unos buenos gritos, el agua está riquísima, Pilar se baña también. “Esto es el verano” me digo a mi mismo, se lo digo a Pilar, mientras nado boca arriba mirando las copas de los árboles bastante por encima de nuestras cabezas. Esto es el verano.





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Otro ejemplo que se me ocurre es más sexual. ¿No habéis sentido nunca pereza para hacer el amor? Hoy estoy lanzado. Pienso vencer todas las perezas.

INTERESANTE INVESTIGACIÓN ANTROPOLÓGICA.

Al llegar a nuestra casa encontramos restos de los antiguos pobladores que nos hablan de su modo de vida, sus costumbres y economía.
Cada año alquilamos el adosado durante el invierno a unos profesores interinos distintos. Gente a la que no le interesa tenerlo en verano, que es lo que nos permite disfrutarlo a nosotros. Los tres de este año, poco precavidos durante el mes de junio, no fueron reduciendo paulatinamente su almacén de víveres antes de irse y, como consecuencia, al marcharse, cargados como iban hasta arriba, según cuentan los vecinos, no les quedó otra que abandonar los alimentos que no habían consumido.
Aunque los tres tipos diferentes de galletas es un dato ambiguo, tres grupos de huevos dispuestos en lugares distintos dentro de la nevera así como tres botes de mermelada diferentes y abiertos, aunque todos del mismo sabor son signos inequívocos de que los anteriores habitantes mantenían economías separadas y cada uno cocinaba por su cuenta. No existía un fondo común del cual pagar ni siquiera los productos de limpieza. Dos botes de lavavajillas hallados bajo el fregadero, en uso y con menos de la mitad de su contenido, parecen corroborar esta teoría. ¿Se llevó su propietario el bote que falta dado lo caro que está el FAIRY?





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¿Os parece lógico que la marca de este lavavajillas aparezca en la Wikipedia española? ¿Cómo he podido vivir hasta ahora sin saber que la multinacional “Procter & Gamble” es la creadora de este producto y que produce y distribuye además marcas tan conocidas como Gillette, Pringles, Duracell, Ariel, y Tampax? ¿No daría para otra “entrada” la historia de esta multinacional que creció vendiendo velas y jabones al ejército de la Unión durante la guerra civil americana? ¿Me decidiré algún día a montar mi propia multinacional?

04 julio, 2007

¿QUÉ HAGO?

A mí las vacaciones me suscitan siempre una pregunta ética: ¿qué debo hacer con mi vida?

Tengo 62 días (ya sólo 57, ay) ¿A qué debo dedicar este tiempo?

La pregunta que golpea mi cabeza una y otra vez los primeros días de vacaciones es la siguiente:

¿Debo hacer lo que me plazca en cada momento o por el contrario “facer algo de provecho”?

¿Quiero entregarme al placer más inmediato o aprovechar el tiempo?

¿Será entregarme al placer más inmediato la mejor manera de aprovechar el tiempo?

Estudiar inglés (ni en sueños contemplo ahora esa posibilidad), preparar apuntes para el curso que viene, recopilar o elaborar material para un hipotético y posible libro sobre “Etica y ciudadanía” , leer de modo ordenado a Platón, o a Adela Cortina o a Nietzsche, todas estas actividades se encuadran dentro de lo que yo llamaría “el deber”.

Subir andando por un camino entre árboles al monasterio de San Pedro recién amanecido el día, ir a bañarme solo al “charco verde”, pasear al atardecer por el Lancharón desde donde se ve el pantano y Arenas desde lo alto, intentar resolver los problemas de ajedrez del ABC, leer “El País” en un bar tomando una caña (El País se lee pero no se compra), hacer andando (y tapeando) la “ruta de las cinco villas” con mi amiga Sonia y compañía, tomar una paella en el chiringuito al lado de la poza de Villarejo, leer, picoteando aquí y allá, los diálogos platónicos que he traído conmigo… todas estas son las actividades placenteras de las que os hablo.

En principio la elección parece clara: haz lo que prefieras.

Pero si trabajo cosas para el curso ¿no estaré en el invierno más contento cuando tenga ya tareas preparadas y no tenga que improvisarlas?

Si un día, por fin, aprendo inglés ¿no mejorará esto mucho mi autoestima y me proporcionará ocasión de disfrutar más adelante muchas veces?

Aquellas cosas trabajosas y menos apetecibles también me mejoran y son fuente de felicidad en último término. ¿O no? Aquello que nos hace crecer requiere más esfuerzo ¿pero no repercute luego positivamente en nuestro beneficio?

Seguramente haré, como siempre, una mezcla de ambas. Según me dé la p… gana.

Pero a veces ¿no desearía uno olvidar “el deber” completamente?

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¿Me interesa darle a estos 62 días la máxima publicidad, gritándolo a los cuatro vientos, y de este modo suscitar la envidia de gentes que gozan únicamente de un mes al año y si acaso? Está claro que no. ¿Y qué estás haciendo entonces, estúpido?

03 julio, 2007

ARENAS 1


Lo primero que se advierte cuando se llega a Arenas, incluso en la carretera si abres la ventanilla al cruzar la sierra, es la fragancia del aire. Romero, jara, tomillo. Tras abrir la puerta del automovil, al aparcar delante de casa, inmediatamente notas el aroma de la madreselva cercana. El aire perfumado de Arenas es una delicia que sus habitantes al respirarlo cada día no aprecian en su justo valor. Es cierto que oler una planta es un placer efímero pero infinitamente agradable en su fugacidad.

Cuando llevas un rato, si te sientas a reposar tranquilo, el silencio es otra cosa que se te hace presente. No es que no haya coches, los hay, como en todas partes, pero desde mi casa se oyen sólo de vez en cuando y lejanos. Mi calle no tiene salida, ni por tanto tráfico, sólo el de los vecinos que llegan a aparcar delante de sus casas. Lo que escucho no es ruido sino noticias de M. que baja al supermercado a la hora de siempre o de T. que ha subido a por algo a casa (¡qué raro, si a esta hora suele estar trabajando!) Cuando no se oyen los pájaros cantar, desde mi habitación se escuchan algunos, te das cuenta de que hay silencio. Silencio. Insólito.

El sabor del agua también choca. O su falta de sabor para decirlo con exactitud. El agua de este pueblo sabe riquísima. Recuerdo que cuando regresé para vivir en Salamanca después de mi estancia en Arenas no entendía cómo el agua de la ciudad podía saber tan mal. Era el cloro, claro. En la urbanización de adosados donde paso el verano, y donde estuve durante cinco curso viviendo, la bebemos de un pozo. Riquísima. Incluso los vecinos conservamos la vieja costumbre de ir a por ella a la fuente. No es algo voluntario sino resultado de la historia del lugar. Cuando se puso el depósito al que sube el agua del pozo y desde el que se distribuye a las casas, a alguien se le ocurrió pintarlo por dentro. Para que no criara algas, dijo. El asunto fue que no se eligió la pintura adecuada y cuando ya estaba hecho se comprobó que soltaba cobre o no se qué sustancia tóxica que contaminaba el agua. Nadie quiso entonces vaciarlo de nuevo y rascar la pintura. El resultado ya lo sabéis: Como en los pueblos de otros tiempos los vecinos, para beber, acudimos a llenar las garrafas a la fuente que hay en el jardín de la zona común y que sube directamente del pozo.

El aire, el agua, el silencio. A estos placeres de los sentidos hay que añadir otro del que nos priva la iluminación de las ciudades: la visión de las estrellas. Después de las doce, algunas noches cuando los niños que juegan en el jardín común se han ido a dormir, tienen como hora tope la medianoche, y cuando aún se ven muchas ventanas de las viviendas encendidas salgo fuera a tumbarme boca arriba unos minutos sobre el césped en la oscuridad. Ya nadie sale a esa hora.

Aparte del sitio, supongo que las vacaciones, la falta de preocupación y la placidez de la noche ayudan a hacer de esos ratos un tiempo de felicidad. Pero os prometo que en esos momentos el cielo estrellado, con su silencioso y tranquilo estar delante de mí, parece decirme que vivo en el paraiso.



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Si un día nos decidimos a comprar la caravana, ya he puesto el enganche en el coche, tengo que tener candidatos entre los amigos para alquilarles el chalet durante el mes de julio. ¿Os parece que hago bien la propaganda?