21 marzo, 2012

No me gusta no ser querido.

Uno de los problemas de ser profesor es que algunos alumnos quieren echarte la culpa del mal del que ellos son responsables. Y yo soy tan tonto que algunas veces acepto esas culpas, me siento responsable. Especialmente cuando los exámenes se encuentran en esa zona ambigua entre el suspenso y el aprobado. A veces tengo tal inseguridad que cualquier acusación, por el simple hecho de formularse ya la considero cierta. Un error y una injusticia para conmigo mismo.
De momento la reclamación de las notas concretas de cada pregunta del examen la he resuelto muy bien desde hace unos años. Tiene que ser por escrito. Nada formal pero por escrito. ¿Ustedes saben la cantidad de alumnos que no reclaman si tienen que sacar medio folio y redactar dos frases? El día que entrego los exámenes les pido a los que no estén conformes que en un papelito me escriban por ejemplo: “No me parece bien como me has puntuado la primera pregunta porque está bien contestada y solo me has puesto un 0,5.”

Luego yo en casa lo leo, me lo pienso y les doy contestación también por escrito. No siempre rechazo las reclamaciones, ni tampoco las acepto siempre. Actúo con libertad como debe ser. Lo que evito con esto es la presión del enfado. Cuando la reclamación es oral, face to face, algunos alumnos no están dispuestos a aceptar de buen grado las razones que tú les das y se disgustan y te muestran su disgusto. Este enfado solo tiene un objetivo: que les des lo que piden. No se trata de razones. Se trata de presionar afectivamente con el enfado, con la ira contenida, con mirada encendida, con la dignidad supuestamente ofendida, con la velada o manifiesta acusación de injusticia. Así se lo digo: “Dadme razones por escrito para que modifique la nota, no me mostréis vuestro desdén, vuestro odio, o vuestro enfado personalmente porque no quiero que eso influya en mi manera de evaluaros. Quiero actuar con libertad. Y el que me muestra su desprecio no me quiere convencer de que se merece aprobar quiere “forzarme” a aprobarlo. Y por ahí, aunque me duela el disgusto de un alumno, no estoy dispuesto a pasar.

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