17 febrero, 2008

PRESTIGIO


Os hablé una vez de las explicaciones etic y emic.

En antropología unas son las que dan los especialistas para explicar ciertas conductas y otras son las que los sujetos estudiados se dan a sí mismos cuando pretender entender sus propias comportamientos. Muchas veces no coinciden.

Hace unos días pasó por el instituto una mujer que impartió a los alumnos una clase sobre una exposición de retratos del Museo del Prado que ha llegado a Salamanca. Un paréntesis: hay uno de Madrazo que me parece de una verdad admirable.

Nuestra experta nos contaba de qué modo la burguesía en el XVIII y XIX se hacía retratos como signo de distinción y prestigio. ¿No resulta raro que podamos todos entender esas explicaciones y nos parezcan absolutamente creíbles y sin embargo no conozcamos a nadie que hoy en día atribuya su conducta a una explicación similar?

La marca del coche, la montura de las gafas, el modelo de reloj, los alimentos que tomamos (no digamos los vinos), los libros que leemos, los viajes que hacemos, la ropa que vestimos, todo tiene un componente de significación social. Muchos de nuestros bienes de consumo tienen en parte la misma motivación que los retratos de los que hablaba la experta.
¿Alguien se dice a sí mismo o a otro "este viaje lo voy a hacer porque viste mucho"?
Y sin embargo ¿cómo va a ser verdad eso sólo para los burgueses del Prado?
Creo que aunque esta motivación del prestigio actué en cada uno de nosotros (supongo que en unos más y otros menos) a nadie le gusta reconocer su dependencia de los demás. Y el prestigio no es otra cosa. ¿Cómo va alguien a reconocer que actúa en función de lo que van a pensar o decir los otros? Y sin embargo cuando hablamos de "la gente" sabemos que los demás sí actúan por "el qué dirán". ¿Pero acaso ignoráis que cuando yo hablo de la gente, la gente sois vosotros y cuando lo hacéis vosotros la gente soy yo?

Yo sé que me importa mi propia imagen. Conozco sobre mi, lo que otros ignoran de si mismos. Yo, que no me visto bien, ni tengo buen coche y no distingo marcas de vinos ni de cervezas, nombro si es necesario mi adosado en la sierra y mi viaje a Londres (¡caramba!, "pa" una vez que viajo...) No hace falta que lo haga conscientemente, es instintivo.
Eso sí, para presumir es imprescindible que no se note. En relación con esto, no hay nada como comprar cositas en el extranjero para poder contarlo.

- ¿Y esa cazadora tan curiosa?
- De segunda mano en Candem Town estas Navidades.

Cuando vi los retratos del Prado me reconocí en su mirada. Ellos son yo.
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Una conocida de mi madre que vivía en distinta ciudad y a la que veía poco se quejaba indignada del silencio que había guardado una amiga común.
"¡Pero bueno… ! ¿No os ha dicho María josé que nos hemos comprado un mercedes?"

6 comentarios:

  1. Recuerdo una vez, cenando en un lugar de Barcelona que nuestros vecinos, ruidosos ellos empezaron a comentar las desventajas de ir de compras a Londres. Concluían que mucho mejor New York. Sólo les faltó decir: es que London es tannn vulgar.

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  2. Pero claro, también he incurrido yo en el pecado del prestigio "cenando en un lugar de Barcelona".

    Quien esté libre de pecado...

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  3. Hepta, pero es que tú a veces vives en Barcelona.

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  4. Imposible, si uno es sincero, no verse reflejado en esos retratos.

    Hay también, otra manera de enseñar el prestigio: el lenguaje. Si este sirve para expresar ideas precisas y claras, utilicemos entonces jerga y argot. Dejemos claro con palabras, referencias artificiales, teorías y autores, nuestra "posición".

    Me ha gustado su entrada.

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  5. m.a. me parece muy atinada la apreciación de que en el lenguaje también nos "diferenciamos". Es completamente verdad y me había pasado desapercibida.

    Como dice Pseudopodo en los blog se aprende mucho.

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  6. Ajá. Y yo también he aprendido aquí algo: no se me había ocurrido relacionar lo de emic/etic con la cuestión del prestigio, del "figurar" como motivación.

    Buena observación.

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