Noche con gato.
Es de noche.
Hemos traído por primera vez al gato a pasar el fin de
semana con nosotros a la caravana. Hizo el viaje de una hora en su trasportín y
una vez en la caravana, aunque este estaba abierto, no salía fuera de él. Hemos
puesto el arenero debajo de nuestros asientos y también hemos hecho un hueco
allí para su manta. Una vez colocado ha pasado toda la tarde allí dentro, sin
decir ni pío, como asustado. Ya lo sé, lo de no decir ni pio, es natural siendo
un gato.
Mi mujer sufría por él. La tarde ha sido larga y parecía que
no fuera a acostumbrarse nunca. Ahora, al comienzo de la noche ha revivido, salió
de su agujero, se paseó por todos lados y lo olisqueó todo. Ya no se le ve tenso.
Vamos a dormir más tranquilos.
Ahora mismo, mientras mi mujer ya duerme, con la caravana a oscuras, la única luz, la de ésta pantalla, he
abierto una ventana, con la mosquitera puesta para que no salga, y él lleva un
rato largo de pie sobre sus patas traseras asomado, escuchando los ladridos de un
perro lejano, el canto del grillo y supongo que atento los aromas que le
llegan del camping. Ha sido él quien me ha ayudado a escuchar esos sonidos a
mí.
Si uno pudiera morirse dulcemente y elegir el momento por su
calma… éste sería un instante perfecto.
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