...subir o no bajar en la escala jerárquica de la tribu...
Copio este texto que encontré en un programa de Buscandoleonesenlasnubes. Pero pertenece al libro La elegancia del erizo, que no he leído. Es la visión dominante hoy en día. Consiste en interpretar al ser humano como un animal que sigue su leyes animales sin saberlo. A veces me dejo seducir por esa bobada. ¿O no es una bobada?
¿Cómo transcurre la
vida? Día tras día nos esforzamos valerosamente por representar nuestro papel en
esta comedia fantasma. Como primates que somos, lo esencial de nuestra
actividad consiste en mantener y cuidar nuestro territorio de manera que éste
nos proteja y halague, en subir o no bajar en la escala jerárquica de la tribu
y en fornicar de cuantas formas podamos -aunque no fuere más que en fantasía-
tanto por el placer como por la descendencia prometida. Para ello, empleamos
una parte nada desdeñable de nuestra energía en intimidar o seducir, pues ambas
estrategias bastan para asegurar la conquista territorial, jerárquica y sexual
que anima nuestro conatus. Pero nada de ello lo percibe nuestra conciencia.
Hablamos de amor, del bien y del mal, de filosofía y de civilización, y nos
aferramos a esos iconos respetables como la garrapata a su perrazo caliente.
A veces, sin embargo, la vida se nos antoja una
comedia fantasma. Como sacados de un sueño, nos observamos actuar y, helados al
constatar el gasto vital de energía que requiere el mantenimiento de nuestros
requisitos primitivos, inquirimos estupefactos dónde ha quedado el Arte.
Nuestro frenesí de muecas y miradas nos parece de pronto el colmo de la
insignificancia, nuestro cálido nidito, fruto del endeudamiento de veinte años,
una vana costumbre bárbara, y nuestra posición en la escala social, tan duramente
alcanzada y tan eternamente precaria, de una zafia vanidad. En cuanto a nuestra
descendencia, la contemplamos con una mirada nueva y horrorizada porque, sin el
barniz del altruismo, el acto de reproducirse se nos antoja profundamente fuera
de lugar. Sólo quedan los placeres sexuales; pero, arrastrados en la corriente
de la miseria primigenia, vacilan ellos también, pues la gimnasia sin el amor
no encuentra cabida en el marco de nuestras lecciones bien aprendidas. La eternidad se nos escapa.
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