20 noviembre, 2014

Consuelo

Anoche llegué a casa y escuché a mi madre llorar en voz alta metida dentro de la cama. Todas las luces estaban encendidas porque mi padre aún estaba zascandileando por la casa. Antes, hace meses, cuando él estaba deprimido, estaba ansioso por coger la cama y tomando el postre ya decía que quería que llegara el momento de tomarse la pastilla. La cosa ha cambiado y ahora tras la cena se demora lavándose los dientes, enzarzándose con alguna lectura de último momento o poniéndole y quitándole volumen al televisor para enterarse de poco o de nada.

Rezaba en voz alta al tiempo que lloraba. La saludé y le pregunté qué pasaba. Estaba enfadada porque mi padre no le deja hacer nada sola. ¿Pero es que he hecho algo malo para que me tenga que vigilar así? ¿He hecho algo malo? ¿Le he pegado a alguien o algo? Le expliqué que si la vigilaba era porque la quería, que quería cuidarla, que no quería que le pasara nada malo. La idea parece que le sorprendió. Le di unos besos mientras ella lloraba. Estaba metida en la cama con el embozo hasta el cuello y yo me inclinaba sobre la cama cada cierto tiempo para besarla. Yo estaba tranquilo y ella se fue tranquilizando poco a poco. Me dijo que mi padre se pone muy pesado cuando la acuesta. Él tiene sus manías y cree que estas también son importantes para ella. Mi madre lleva muy mal que sea él quien la cuide a ella. No lo soporta. Y no soporta que le dé órdenes, túmbate más allá, pon las piernas más acá… y cosas así.


En fin, me fui contento de su casa. Por un día había conseguido convertir su angustia en tranquilidad. Hoy también bajé y la dejé tranquila. Mañana será otro día. 

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