Consuelo
Anoche llegué a casa y escuché a mi madre llorar en voz alta
metida dentro de la cama. Todas las luces estaban encendidas porque mi padre
aún estaba zascandileando por la casa. Antes, hace meses, cuando él estaba
deprimido, estaba ansioso por coger la cama y tomando el postre ya decía que
quería que llegara el momento de tomarse la pastilla. La cosa ha cambiado y
ahora tras la cena se demora lavándose los dientes, enzarzándose con alguna
lectura de último momento o poniéndole y quitándole volumen al televisor para
enterarse de poco o de nada.
Rezaba en voz alta al tiempo que lloraba. La saludé y le
pregunté qué pasaba. Estaba enfadada porque mi padre no le deja hacer nada
sola. ¿Pero es que he hecho algo malo para que me tenga que vigilar así? ¿He
hecho algo malo? ¿Le he pegado a alguien o algo? Le expliqué que si la vigilaba
era porque la quería, que quería cuidarla, que no quería que le pasara nada
malo. La idea parece que le sorprendió. Le di unos besos mientras ella lloraba.
Estaba metida en la cama con el embozo hasta el cuello y yo me inclinaba sobre
la cama cada cierto tiempo para besarla. Yo estaba tranquilo y ella se fue
tranquilizando poco a poco. Me dijo que mi padre se pone muy pesado cuando la
acuesta. Él tiene sus manías y cree que estas también son importantes para
ella. Mi madre lleva muy mal que sea él quien la cuide a ella. No lo soporta. Y
no soporta que le dé órdenes, túmbate más allá, pon las piernas más acá… y
cosas así.
En fin, me fui contento de su casa. Por un día había
conseguido convertir su angustia en tranquilidad. Hoy también bajé y la dejé
tranquila. Mañana será otro día.
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