Dar consuelo.
Ayer publiqué lo que había escrito el domingo por la noche. Contaba allí lo deprimente que es enfrentarse al dolor de mi madre. No conté la frase que más me dolió, la frase que
desde el domingo no he podido olvidar.
Era la hora de meterla en la cama. Yo le iba a dar las yerbas que
toma como laxante, le iba a poner el camisón y a acostarla. La había estado
consolando, porque no se sentía en su casa, y parecía que después de unos besos y unos abrazos estaba un poco mejor. Yo quería terminar cuanto antes
y aunque no le metía prisa, no parecía que aquello fuera a durar mucho. Entonces,
como una sutil amenaza, o quizás no, quizás solo como una muestra de su dolor y una expresión de la pena que sentía dijo señalando la cama: “Ahora me meteré
ahí y lloraré.”
Podría haber servido para lo contrario, pero el recuerdo de
sus palabras me ha impedido bajar alguna de las noches de esta semana a verla. Pensando
en ello, en la biblioteca, he descubierto de nuevo mi egoísmo. A veces, si no
sabemos, si no podemos, si no queremos cargar con el dolor ajeno nos es
suficiente con mirar para otro lado.
Esta noche he bajado y la he encontrado rezando y llorando en la cama. Mi padre la
había acostado pero no la oía, estaba en el salón, aún levantado, con sus libros. Gracias a
Dios en pocos minutos conseguí consolarla y que quedara mucho más tranquila
que cuando llegué. Me he quedado muy contento. Dentro de lo que cabe. Os lo cuento mañana.
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