29 octubre, 2014

Encargos de mi padre.

Mi padre me encarga un disco de Falla que ha visto en el cultural de ABC. Primero le explico que no puede ser un disco de vinilo, que tiene que ser un CD y luego llamo a una tienda de discos. Me dicen que ese disco, concretamente con ese pianista, es de importación. Que cuesta 30 euros. Les respondo que le preguntaré a mi padre.  Al día siguiente voy a la biblioteca y consigo la misma música en otra versión. Era “Noche en los jardines de España” y otras cosas también famosas.

Llego a casa por la tarde y se la doy. Él suele pasar la tarde sentado en el salón y no tiene ganas de ir al cuarto de mi madre, donde está el aparato en el que podría oírlo. Ya lo oirá mañana, me dice.

Ese mismo día el lavavajillas se había estropeado. A la asistenta le habían dicho en la tienda que quizás desconectándolo de luz y reiniciándolo volviera a la normalidad. El enchufe queda detrás del aparato y hay que sacarlo tirando de él hacia afuera. Nos cuesta un montón sacarlo porque es muy difícil tirar de él. Nos lleva veinte minutos, por lo menos, probando distintas maneras pero al final lo conseguimos. A todo esto mi madre quiere colaborar y no se separa de nosotros, metiéndose por medio y preguntando de dónde tiene que tirar. La mejor manera de ayudarnos sería marchándose a ver la TV pero no me atrevo a decírselo.

En determinado momento, creo que un poco antes de que consiguiéramos sacar el lavavajillas, aparece mi padre por la cocina detrás de su andador. Con voz enérgica me dice que le compre la Biblia que localicé por internet. Es una vieja Biblia que se publicó en el 62, una biblia ilustrada para niños por Piet Worm que leíamos durante nuestra infancia. Mi padre solo conserva un tomo de los tres que eran y quiere conseguir los demás como sea. Me dice que no lo envíen por correo, que luego dejan un papelito en el buzón y hay que ir a buscarlo a Correos. Que lo envíen por agencia, aunque salga más caro. Le digo que sí, que lo encargaré.


Luego, cuando subo a mi casa, me doy cuenta y me da rabia. Cuanto más lo pienso más me enfado. Me parece poco agradecido por su parte. Acabo de llevarle el disco que me pidió. No lo ha oído aún y ya tengo un nuevo encargo pendiente. En fin, me quejo de vicio. Ojalá que todas las cosas que tenga que hacer por mi padre sean solo de ese tipo pero...

...me toca las narices.






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Después de haber sacado el lavavajillas la asistenta se da cuenta de que podíamos haber desconectado toda la luz de la casa y hubiera tenido el mismo efecto, sin necesidad del esfuerzo realizado. 

El lavavajillas sigue sin funcionar una vez reiniciado. 

1 comentario:

  1. M.A. decía, en un comentario reciente, que eso de pedirle a mi padre que nos enseñara a morir con dignidad era lo más egoísta que me había leído (aunque solo se me ocurrió, nunca llegué a hacerlo).
    No era yo consciente de que era egoísta. Aunque si lo pienso lleva razón. En realidad lo que quería era que no me agobiara con sus achaques y sus miedos de anciano. “Pórtate como un hombre y déjanos tranquilos”. Por otro lado, me gustaría admirar a mi padre. También esto es egoísta, pero así lo siento. Me gustaría que fuera un ejemplo para mí. En algún sentido lo es. Pero él siempre ha sido muy crítico con todo, también consigo mismo, y yo he heredado esa visión despiadada de los otros, que lo incluye a él. Aunque soy mucho menos cruel que en otros tiempos. Desde hace años soy mucho más compasivo con él. Solo le reprocho algo si creo que puede enmendarse muchas veces callo porque sé que no va a poder cambiar. Otras veces le riño en legítima defensa, cuando lo que hace me ofende, como pedirme las cosas de malos modos. Aunque a veces también le aguanto esas impertinencias.
    La entrada que hago hoy también es egoísta. Pero la hago porque sucedió así y porque otras veces presento mi mejor cara. Me gustaría que las entradas que hago sobre mis padres reflejaran todos los diferentes sentimientos que tengo hacia ellos. Pero seguro que inconscientemente muestro determinadas fotos y escondo otras. Quizás hay cosas que no se deben decir, aunque se sientan. Quizás hay sentimientos que por vergüenza uno debe callar. Esconderlos es, de algún modo, afirmar que uno no quiere ser así y que aunque se le pasen por la cabeza o por el corazón no quiere darles carta de naturaleza. Me gustaría hacer un post sobre esto.

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