18 marzo, 2008

A VUELTAS CON MI PADRE

Creo que ya os he contado que algunas tardes bajo a ver a mi padre. Vive con mi madre dos pisos por debajo del mío, pero casi nunca bajo a verla a ella. Ella sube bastante por casa, los domingos por la mañana por ejemplo, con un cuenquito de champiñones recién hechos que me tomo con una cerveza.

Mi padre tiene una salud envidiable. Ya me gustaría llegar a mí en sus condiciones a los 97. Él tiene 87 pero por pedir que no quede.

Por las mañanas va un rato al estudio a pintar, fue profesor de dibujo y sigue pintando, pero por las tardes siempre se queda leyendo en su despacho, en una mesa de nogal que le diseñó un amigo hace más de cuarenta años. Cuando llego me siento en frente, hay un sillón a cada lado, y charlamos. Siempre hay algo que quiere comentar, un artículo de prensa o un libro que ha sacado de la biblioteca, son siempre cosas que me caen lejanas, libros que yo nunca abriría y que tratan sobre asuntos que sería raro que me ocupara de ellos si no me los contara él. Algunos días se enzarza explicando alguna preocupación que se trae entre manos, siempre líos de poca importancia, o hacemos un repaso a la situación política. No es raro encontrarlo liado haciendo algún dibujo, o una acuarela, o haciendo recortes y enmiendas a unas fotocopias en color que le ha hecho a un dibujo o a una acuarela. Siempre hace varias, reducidas, aumentadas, y las retoca y las cambia y le añade o le quita algo hasta que le parece que quedan perfectas y entonces se las manda a alguien, la persona para la que la concibió desde un primer momento, conocidos a los que hace un montón de años que no ve pero con los que aún mantiene algún tipo de relación. Y luego, pasado un tiempo me enseña la carta del que respondió agradecido o se queja, resentido, de quien recibió un dibujo que le llevó semanas y el mal educado dio la callada por respuesta.
Otras tardes apenas hablamos, en seguida me pongo a curiosear periódicos atrasados sobre su mesa y él sigue leyendo lo suyo embebido, como si no necesitara de nadie para ser feliz. Pero sé que le alegra que baje. Dado lo cerca que vivo, bajo poco a casa de mis padres, quizá una tarde por semana, debía bajar más.


Muchas veces cuando me acuerdo de mi padre pienso lo mismo. Un día no podré bajar a verlo. Y no podré porque estará muerto. O estaré muerto yo, que nunca se sabe.

6 comentarios:

  1. Todos los años, por Navidad, llegaban a la casa de mi padre una foto estupenda que le enviaba un amigo fotógrafo y una reproducción en un papel amarillento, grueso y rugoso de un villancico del Siglo de Oro cantado en tal o cual iglesia que nos mandaba un familiar bibliófilo. No recuerdo que les diera las gracias y ambos papeles daban vueltas por la casa hasta que desaparecían. Me he acordado muchas veces de ello y siento pena por no haberlos conservado salvo en la memoria, (muy vívida, por cierto).

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  2. Catalino y Loiayirga, creo que el libro de Natalia Ginzburg LEXICO FAMILIAR les espera con los brazos abiertos.

    ¡Coño! Loia, no miente a la Parca ni en bromas.

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  3. El mío vive en el portal contiguo. No tiene buena salud, los discos de la columna machacados por años de duros trabajos. Dificultad para caminar y la perrina tiene que esperar por él. A los doce años subía sacos por las escaleras traseras, en aquellos autobuses que vemos en las fotos; luego vendría la construcción y reparar hornos en ENSIDESA, a temperaturas que sólo permitían estar diez minutos dentro. Cuando escucho a Revolver, cantar El Dorado, sé de lo que habla: una presencia difusa durante la infancia, siempre trabajando. Nunca tuvo mucho dinero, pero anda sobrado de valores, de buenos valores, para regalar y transmitir. Espero saber dejarle esa herencia a mí hija.

    ¿Su padre lee el blog?

    (Me apunto el libro. Al que estoy leyendo, por recomendación de Sarapo: le doy dos días de Pasión, no más)

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  4. Se ha puesto usted nostálgico, catarrino.

    Sarapo, leí a la Ginzburg hace mil años. Mi padre tenía un libro que hace igual cantidad de años que no veo. Voy a tener que leerla porque ya son dos los blogs amigos que me la recomiendan, pseudopodo y usted.

    m.a. nuestros padres han llevado una vida muy diferente. Más relajada sin duda la de mi padre, hijo de funcionario de correos (cartero) hizo la carrera de bellas artes y terminó ganando una plaza de Catedrático de Instituto, cuando ser eso era ser alguien.
    Sin duda su buena salud se deba a que nunca tuvo un trabajo físico duro.
    m.a. mi padre no lee el blog, pasa de internet. Si lo leyera yo no habría colgado una entrada en la que se nombra su muerte.
    m.a. no sabía que tenía usted una hija. Ya somos dos. La mia tiene 14 años.

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  5. He leído esta entrada con retraso, y no puedo por menos de pensar que mi padre, sin viviera, tendría ahora también 87 años. También era un apasionado de la pintura, y me lo imagino haciendo lo mismo que el tuyo. Sois dos afortunados, él y tú.

    Y veo que a Sarapo también le gusta la Ginzburg... vamos a tener que hacer una sociedad secreta... :-)

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  6. Errata: "mi padre, si viviera", claro.

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