14 septiembre, 2007

SÓLO SI QUEREIS SUFRIR (y 2)

La noche antes de la mesa redonda de la que os hablaba dormí muy mal. No me preocupaba mi exposición, que ya tenía preparada, lo que me angustiaba era pensar qué diría en el turno de las preguntas. Si en los veinte minutos de que disponía pensaba explicar todo lo que sabía de los Derechos Humanos –sé únicamente lo que estudian los adolescentes en el bachillerato... ¿Qué podía contar como respuesta a las preguntas

Habría dormido mejor si hubiera sabido que la mayoría del público estaría constituido por los jóvenes de bachillerato que participaban en Olimpiada filosófica, sus padres que los acompañaban y algún que otro profesor de enseñanza media. Con semejante público no había nada que temer. Y así fue hasta la última pregunta en la que tomó la palabra un tipo con cara de intelectual que empezó a decir cosas que no entendía, nombrar autores que yo no había leído y preguntarme mi opinión sobre asuntos que ni siquiera conocía de oídas.

¡Menudo aprieto, amiguitos! No hubiera querido veros a ninguno en mi lugar. El tipo se calla, se hace un silencio y ahora soy yo quien tiene que hablar. ¡qué tensión en mi cabeza! ¿Queréis saber qué respondí? ¿Os intriga conocer cómo salió del paso vuestro pequeño héroe?

Muy sencillo: eché mano de mi mala leche.

“La pregunta es muy inteligente. Y desde luego difícil de responder. Y seguramente usted que la hace es más inteligente aún que la pregunta. Pero yo tengo una para usted. Si es usted tan listo y ha leído a Rorty y a Habermas y todo eso que ha nombrado ¿por qué razón el que está aquí en la mesa soy yo y usted está ahí entre el público? ¿Por qué no le han llamado a usted para dar la conferencia antes que a mí? Si cree que me va a poner en ridículo con una pregunta-trampa ha pinchado en hueso. Me niego a contestar una cuestión que no busca sinceramente saber lo que piensa el ponente y cuya única intención es el lucimiento de quien pregunta.”

¡Toma del frasco, Carrasco!

Mientras el organizador daba por concluida la mesa redonda y me despedía con unas palabras de agradecimiento, el tipo salió airado del aula, diciendo algo sobre mi madre que no entendí.


Sólo me resta narraros el final. La verdad es que hoy me da un poco de vergüenza contarlo pero en ese momento lo hice con mucha soltura y creo que a nadie le pareció mal. Fue algo así:

“Antes de despedirme quiero saludar a mi suegra, Inocencia, y a su vecina, la Golli, que ha venido con ella. Son aquellas señoras que están al fondo. Las de los abrigos de pieles.”

Alguna gente se volvió hacia atrás y mi suegra y la Golli saludaron sonrientes y orgullosas con la mano.

”Ellas no saben mucha filosofía pero han venido porque decían que les hacía mucha ilusión escucharme.”

“Y además ahora al terminar hay un vino español. ¿No?”







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TODA LA VERDAD: La mesa redonda tuvo lugar. Casi es lo único cierto de todo lo escrito. Ni comencé con Bacon, ni hice el chiste, ni di la respuesta de un estúpido a ninguna pregunta difícil (¿alguien pensó que sí?) y sólo ya en casa mi suegra dijo que le hubiera gustado escucharme.


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