02 diciembre, 2017

Al hilo de un comentario de Antonio hace días.



 Decía Antonio "Otra cosa ante la que soy bastante escéptico es que las actividades que no nos gustan se conviertan en placenteras por el mero hecho del prestarles atención."

¿Todas las actividades de la vida son interesantes y todos los presentes dignos de ser vividos?

Quizás lo que vemos de la vida es solo una pequeña parte.  La forma que toma la vida en este "ahora" no es de nuestro gusto porque no coincide con nuestro deseos y nos aburrimos y nos quejamos. ¿No será que nos parece insulsa o desagradable porque solo reparamos en la punta del iceberg? ¿Sería igual si disfrutáramos de la vida misma -de que estamos vivos- en lugar de la forma concreta que ahora presenta?

A lo mejor a lo que invita la meditación (ese simple estar concentrado en tu propia respiración) es a ser consciente de que estás vivo (y eso es grandioso) hasta en la actividad más humilde y sencilla, como respirar. Porque es mucho más importante y digno de disfrute eso que el aspecto que en este momento tenga. 

Pero lo parádojico es que precisamente atendiendo a esta agua concreta es como disfruto del océano. Hay que educar la mirada para poder ver en la prosa de esta agua la poesía del océano. 

En todo caso, muchas gracias Antonio, por hacerme pensar.

1 comentario:

  1. Ya que estoy delante de la pantalla me animo a responderte lo que en su momento pensé sobre esto cuando publicaste la entrada:

    Me has convencido en cuanto a lo de que el preocuparse en exceso no es adaptativo, es una inadaptación de nuestro cerebro, que dispara las reacciones de stress cuando no debe, equivocadamente, y cuando éstas en realidad no aportan nada positivo a la situación.

    En cuanto a lo de vivir el ahora. Hace unos meses, estuve con mi mujer de excursión en las montañas. Actualmente vivo en un país en el que en invierno la nieve permite hacer "deportes de invierno". A mi, como andaluz, estos deportes no me acaban de atraer: me parecen aparatosos, todo el equipo que conllevan: esquies, cascos, rodilleras, vas como embutido en todo eso, sudando a menos 10 grados, tienes que hacer cola en los teleféricos... En definitiva, es algo que en principio me molesta. Durante esta visita, intenté dejar ese prejuicio o predisposición en casa e intentar disfrutar de lo que había. Durante la mayor parte del día sinceramente no lo conseguí, hasta que me di cuenta de una cosa. Lo que me impedía disfrutar, no eran todos los inconvenientes de la actividad que he citado más arriba, lo que me lo impedía era mi ACTITUD frente a ellos, me explico: todo en mi cabeza era peor de lo que luego afortunadamente la realidad me mostraba; me agobiaba frente a la cola del teleférico pensando que no sería capaz de accionar el scanner que me permitía entrar (realidad: el operario con tranquilidad y amablemente me indicó como funcionaba y nadie en la cola se quejó), pensaba que acabaría en el suelo con mi torpeza al andar sobre las placas de hielo (realidad: acabé en el suelo más de una vez, pero esto no es el fin del mundo, ni siquiera suele doler una caída andando en esas condiciones) el frío hacía que casi me doliera el rostro al "pasear" entre la ventisca y la nieve (sí, pero las estación intercala puntos de descanso para que esto no sea un problema).

    Es decir, una cosa es lo que nos imaginamos, la predisposión que ponemos en lo que hacemos, y otra es lo que la realidad acaba siendo finalmente. Si vives todo con ansiedad, es imposible disfrutar de nada, en otras palabras, la "predisposición emocinal" que ponemos en las cosas condiciona la manera en la que las vivimos. Esto no hay que llevarlo al extremo, es decir, no hay que pensar que solo con mentalizarnos todo se convertirá en color de rosa, y seremos "felices todo el tiempo", como algunos libros cutres de autoayuda prometen. Pero sin duda es algo que influye y merece la pena revisar y trabajar sobre ello.

    Resultado en concreto. Cuando después de un trago en el bar conseguí relajarme, todo se trasformó sensiblemente: empecé a apreciar lo bueno que había en todo ello: paisajes objetivamente espectaculares, sensaciones al caminar que tenían su encanto (el deslizamiento en las pendientes, el hundir los pasos en la nieve...) el paseo en el teleférico sin agobios mirando como la gente disfrutaba en las pistas...

    En definitiva, comprobé en la práctica de la vida lo que comentaba: todo se ve de otra manera si conseguimos relajarnos un poco y dejarnos llevar, dejando los agobios y aprensiones fuera de la cabeza.

    Un saludo.

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