18 agosto, 2015

El ego amenazado de nuevo.

Mientras leo El poder del ahora parece muy fácil renunciar al ego. No hay nada que proteger, puedo seguir viviendo feliz aunque no lleve razón, aunque no sea el mejor, ni el más gracioso, ni…
Pero la práctica es muy distinta. Hemos invitado a los amigos de Arenas a cenar en casa y de repente todos los miedos crecen de modo irracional. ¿Habrá suficiente comida? ¿Estarán los vasos y los platos suficientemente limpios? ¿Pensarán que la cerveza que tengo es muy mala? De hecho lo es. Latas baratas de Carrefour y ni a mí me gusta su sabor cuando la tomo a media mañana. Miedos por doquier, con razón o sin ella. Otros amigos se ofrecieron para organizar la cena en su jardín y pero mujer se empeñó en que fuera en nuestra casa. ¿Por qué tuvo que insistir tanto cuando podíamos habernos librado de este lío? En las dos mesas que pongo en el jardín, seremos once, uno de los manteles está tomado y tiene unas sombras amarillas. Miedo del yo a ser minusvalorado y despreciado por los demás. Aunque nadie exteriorice ese desdén, terror a ser considerado en poco y a que lo demás me vean como poco valioso.

El medio lorazepan que tendría que tomar luego para dormir lo he tomado ya, pero mi intranquilidad no desaparece.

Abro la nevera y una fuente entera de mejillones sin cáscara y en vinagreta se va al suelo. Estaba colocada de modo inestable y no he tenido la culpa pero…

A mi mujer parece que sí le funciona el mindfulness. No se irrita ni se inmuta apenas. Se pone a limpiarlo todo y a echarlo a la basura. Me quedo terminando de limpiar la grasa del suelo con papel de cocina y luego paso la fregona. Ahora parece que antes de caerse la fuente no hubiera problemas. El problema es ahora que se ha perdido una parte de la comida que pensábamos sacar y que el suelo no termina de quedar limpio. Mis sandalias resbalan con grasa en la suela cuando salgo de la cocina. ¡Qué asco y qué horror!

Por un instante pienso que luego todo sale siempre bien y que no hay que de qué preocuparse, sin embargo sudo y sigo nervioso.


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Todo sale estupendo y también yo lo paso bien. Cuando todos van llegando charlan alegres entre ellos y nadie parece preocuparse de la limpieza de los vasos. Cuando les doy las latas de cerveza, la alerta en que me encuentro para atenderlos a todos me impide darme cuenta de que les estoy dando una cerveza barata, solo ahora he vuelto a acordarme cuando escribo esto.

El miedo al futuro, que sentí, no tenía razón de ser. El presente suele ser más soportable de lo que la imaginación nos hace creer que será el futuro amenazante. Todo esto que se en teoría y con la razón, mi cuerpo no lo sabe y me pone en tensión. No tengo problemas reales pero mi mente y mi músculos se empeñan en verlos ante cada pequeña dificultad de la vida social. 

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