01 octubre, 2014

Alegre por estar vivo.

Tras leer a Iñaqui Uriarte me dieron muchas ganas de tener un gato.

Ahora unos conocidos/amigos, de los que hemos hecho en los encuentros con las caravanas, tienen una perrita muy cariñosa. De los tiempos de mi infancia conservo una costumbre, lavarme las manos después de tocar cualquier perro. Puede parecer excesivo pero mis padres así me lo enseñaron una temporada que hubo perro en casa. Hoy en día, lo que hago es no acariciarlos. Con “Reina”, la perrita de la que hablo, eso he hecho durante muchos encuentros, pero el otro día me animé y estuve un rato tocándola. La experiencia fue muy satisfactoria, pues ella muestra agradecimiento y eso gusta siempre, incluso aunque se trate del agradecimiento de un animal.

Su dueño me volvió a meter en el cuerpo el gusanillo de tener una mascota cuando me explicó que al levantarse por las mañanas Reina lo recibe con una alegría incontenible. Corre en torno él, pega saltos, da pequeños ladridos y se pone sobre dos patas, como si quisiera alcanzar la cara y darle un beso. Dice que es la pura alegría de vivir. Me llegó al alma la idea. Es como si la perra se pusiera, todas las mañanas, a alabar a Dios, solo por estar viva; aunque él no lo decía así.


Sé que un perro tiene muchas servidumbres, pero está bien que alguien nos recuerde, al comenzar cada día, lo afortunados que somos.

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