Alegre por estar vivo.
Tras leer a Iñaqui Uriarte me dieron muchas ganas de tener
un gato.
Ahora unos conocidos/amigos, de los que hemos hecho en los
encuentros con las caravanas, tienen una perrita muy cariñosa. De los tiempos
de mi infancia conservo una costumbre, lavarme las manos después de tocar
cualquier perro. Puede parecer excesivo pero mis padres así me lo enseñaron una
temporada que hubo perro en casa. Hoy en día, lo que hago es no acariciarlos. Con
“Reina”, la perrita de la que hablo, eso he hecho durante muchos encuentros,
pero el otro día me animé y estuve un rato tocándola. La experiencia fue muy satisfactoria,
pues ella muestra agradecimiento y eso gusta siempre, incluso aunque se trate
del agradecimiento de un animal.
Su dueño me volvió a meter en el cuerpo el gusanillo de
tener una mascota cuando me explicó que al levantarse por las mañanas Reina lo
recibe con una alegría incontenible. Corre en torno él, pega saltos, da
pequeños ladridos y se pone sobre dos patas, como si quisiera alcanzar la cara
y darle un beso. Dice que es la pura alegría de vivir. Me llegó al alma la
idea. Es como si la perra se pusiera, todas las mañanas, a alabar a Dios, solo
por estar viva; aunque él no lo decía así.
Sé que un perro tiene muchas servidumbres, pero está bien que
alguien nos recuerde, al comenzar cada día, lo afortunados que somos.
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