Indecisiones, miedos, inseguridades, culpa.
Ayer, ya en la cama, mi mujer me reñía porque le meto miedos
a mi hijo. El hombre había estado eligiendo un móvil, y después de pensárselo
mucho, le cuesta mucho decidir, se había decidido por uno. Tiene miedo de
elegir uno y luego equivocarse. Nada más llegar a casa se puso a cargarlo sin
encenderlo. Le pregunto si miró los consejos que venían en las instrucciones. Las
lee y me explica que había que agotar la batería que traía y solo entonces
ponerlo a cargar hasta el final. Le digo que quizás llevo 24 años diciéndole
que lea las instrucciones, antes. Me pregunta ¿Que qué hace ahora? Le digo que
no sé. Que lo deje ya. Pero se queda con el miedo en el cuerpo. El miedo de
haber perjudicado de algún modo el aparato que ha costado 250 euros. Y el miedo
de saber que si el móvil da algún día problemas yo diré que fue porque no lo
hizo bien el primer día.
Me sienta fatal que mi mujer me reproche que le meto miedos
al niño. Las indecisiones que tiene, sus temores, sus inseguridades, sean
genéticas o aprendidas de mí ya están consolidadas. Ella cree que yo las he
alimentado con las mías. En todo caso, ya nada puedo hacer. Me gustaría cambiar
el pasado. Quizás ahora analizaría más qué se debe hacer o no hacer con un
niño. Lo hicimos como lo hicimos, y no hay remedio.
No creo que pueda haber algo más doloroso que haber hecho
daño a las personas a las que más querríamos beneficiar. Y quizás hasta sea
mentira. Quizás sean sentimientos de culpa infundados. Pero están ahí
persistentes. Como un dolor olvidado que alguna vez aflora y que enseguida
intentas olvidar.
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