Pareja 2
El episodio que conté hace unos
días tuvo cola. (Imprescindible leer esta entrada anterior) Y no escribí nada para el blog porque la cercanía en el tiempo y el temor de que de algún modo pudiera llegar a sus oídos me impedía publicarlo.
El día que vi de nuevo a la
pareja yo había escrito un folio explicando la situación. Y la incomodidad que me
producía el hecho de tener que avisar a sus padres comprendiendo, como
comprendía, su situación. Les decía que era una especie de último aviso y también
incluía la poesía de Ricardo Molina, pensando que ésta les llegaría al corazón.
Yo me sentía el mejor profesor
del mundo. Comprendía a mis alumnos, quería reconvenirlos pero al mismo tiempo no
quería castigarlos en exceso. Suponía que exponiendo tan claramente mis
sentimientos simplemente conseguiría que cambiaran su conducta.
Estaban en el pasillo, justo
antes de entrar en clase, cuando me acerqué a ellos y les pregunté que qué
respondían a la carta. Fue ella la que habló y con su tono y su actitud, más
que con sus palabras, me mandó a freír espárragos. Sugirió que me dejara de
cartitas, que si quería que llamara a sus padres y a ellos que los dejara en
paz. La idea era esa, no puedo recordar cuales fueron sus palabras. Le quise
hacer ver que era desconsiderada conmigo, que yo tenía la delicadeza de avisarles y ella me despachaba de un
modo antipático.
Me es imposible traer a mi
memoria cuál fue el diálogo que siguió a este momento, lo que no olviaré nunca
es que yo terminé gritando como un energúmeno a una alumna que también me
chillaba a mí. Era valiente. No todos se mantienen firmes cuando tienen a
rottwiller ladrándote furioso a un palmo de tu cara.
Los cinco minutos entre clase y
clase habían pasado y todos teníamos que pasar al aula. Comprendí que ellos no
entraran porque ella había quedado visiblemente nerviosa, no más que yo pero,
al menos, tanto como yo.
Comencé mi clase y al poco rato
escuché lío al otro lado de la puerta. Cuando abrí para ver qué pasaba la ví a
ella tumbada sobre el banco del pasillo, como desmayada, y al director y al
secretario del instituto, dándole aire junto a su novio. Por lo visto habían
llamado al centro de salud e iban a venir a buscarla, o algo así dijeron.
Cerré la puerta y continué con la
explicación. No me asusté porque esta chica somatizaba siempre sus sentimientos
de frustración. No era la primera vez que, en mitad de la clase, había tenido
que salir del aula, porque decía encontrarse mal y siempre era cuando había
tenido algún disgusto con su novio, según explicaban sus compañeros.
Su novio entró a los pocos
minutos a por su mochila y la ella. Fue entonces cuando debió explicar que la
llevaban al Centro de Salud. Sus últimas palabras sonaron como una amenaza: “Ya
hablaremos”.
No recuerdo que nadie me pidiera
cuentas por aquello. No lo hizo el director y tampoco ella ni su novio. Yo no
me sentía culpable de ningún modo y atribuía todo a su torpeza para saber encajar
mi reprimenda bienintencionada. Tampoco puedo recordar la cara que trajeron el
día siguiente, lo que sí recuerdo es que el mareo no fue nada, todo quedó en
uno de aquellos sustos a los que X nos tenía acostumbrados. Aún recuerdo su
nombre y apellidos, aunque lo evite aquí.
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