03 mayo, 2014

Una tarde de sol.

Estoy en el camping de Tordesillas con mi mujer. Luce un sol radiante y pasamos la tarde a la sombra bajo unos árboles que dejan oír un ligero rumor de hojas mecidas por viento. Siento la felicidad de estar aquí y al mismo tiempo la pena anticipada de que esta tarde se irá y no volverá nunca. ¿Cómo podría hacer para aprovecharla? ¿Qué actividad la llenaría de sentido?

Este dolor por el paso del tiempo aparece mucho en los versos de Eloy Sánchez Rosillo. Casi se puede decir que la mitad de sus poemas evocan el recuerdo de otros tiempos que ya pasaron y de los que llega al poeta el fulgor de un tiempo feliz y que aún ilumina su vida al rememorarlo.

Estando aquí sentados se escucha también el canto de los pájaros. No puedo decir qué tipo de pájaros son porque no los distingo. Me asombra la importancia que Rosillo le da a los jilgueros, ruiseñores y otros pajarillos. Ante ellos se queda maravillado. Como si toda la belleza del universo se concentrara en ellos y la cercanía de uno pudiera colmar el anhelo de felicidad del hombre.

También se extasía Rosillo ante la última luz de la tarde. El sol va a esconderse pero antes, con un fulgor especial, todavía ilumina la parte alta de la casa de enfrente o la torre de la iglesia. Entiendo mejor esta maravilla que la de los pájaros. La luminosidad del sol es algo que llena de alegría a cualquiera. Y es cierto que esa luz del final de la tarde también me ha sobrecogido a veces. 

Quizás lo mejor sería no leer, no escribir, no hacer nada. Solo escuchar el canto de los pájaros, concentrarse en la luz y el ruido de las hojas en lo alto y dejar durante un rato largo que la belleza de la tarde lo impregne a uno por completo. No sé si tendré yo paciencia y vida interior suficiente para algo así. 

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