Una tarde de sol.
Estoy en el camping de Tordesillas con mi mujer. Luce un sol
radiante y pasamos la tarde a la sombra bajo unos árboles que dejan oír un
ligero rumor de hojas mecidas por viento. Siento la felicidad de estar aquí y
al mismo tiempo la pena anticipada de que esta tarde se irá y no volverá nunca.
¿Cómo podría hacer para aprovecharla? ¿Qué actividad la llenaría de
sentido?
Este dolor por el paso del tiempo aparece mucho en los
versos de Eloy Sánchez Rosillo. Casi se puede decir que la mitad de sus poemas
evocan el recuerdo de otros tiempos que ya pasaron y de los que llega al poeta
el fulgor de un tiempo feliz y que aún ilumina su vida al rememorarlo.
Estando aquí sentados se escucha también el canto de los
pájaros. No puedo decir qué tipo de pájaros son porque no los distingo. Me
asombra la importancia que Rosillo le da a los jilgueros, ruiseñores y otros
pajarillos. Ante ellos se queda maravillado. Como si toda la belleza del
universo se concentrara en ellos y la cercanía de uno pudiera colmar el anhelo
de felicidad del hombre.
También se extasía Rosillo ante la última luz de la tarde. El
sol va a esconderse pero antes, con un fulgor especial, todavía ilumina la parte
alta de la casa de enfrente o la torre de la iglesia. Entiendo mejor esta
maravilla que la de los pájaros. La luminosidad del sol es algo que llena de
alegría a cualquiera. Y es cierto que esa luz del final de la tarde también me ha sobrecogido a veces.
Quizás lo mejor sería no leer, no escribir, no hacer nada. Solo
escuchar el canto de los pájaros, concentrarse en la luz y el ruido de las
hojas en lo alto y dejar durante un rato largo que la belleza de la tarde lo
impregne a uno por completo. No sé si tendré yo paciencia y vida interior
suficiente para algo así.
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