El sufrimiento de mi madre.
Por lo que sabemos hasta ahora, parece que mi madre no tiene
Alzheimer, pero sufre algún otro tipo de demencia senil que le impide llevar la
casa. Ya no puede hacer cuentas, ni sabe qué día es, y si le has dicho que es
domingo al poco rato ya no lo recuerda.
En otros tiempos fue ella quien manejó los dineros de mi
padre y llevó todas las cuentas, pero ahora ya no sabe ni lo que
tiene ni lo que no y se resigna a que sea la asistenta la que lleva el monedero
a la compra. Luego, a solas, le muestra a mi padre su disgusto de que sea yo,
como hijo mayor, quien maneja la cartilla del banco. Aunque a mí no me dice
nunca nada porque le faltan fuerzas e inteligencia para pedir ningún tipo de
cuentas.
Por las mañanas, antes de levantarse, cuando los dos están
aún en la cama, desperezándose y esperando que llegue la asistenta, le ha dicho
varias veces a mi padre: “no me acuerdo de nada”. Creo que en esos momentos
quiere planear el día que tiene por delante y se da cuenta de que no puede hacer los planes más elementales: no recuerda lo que hay en la
nevera, no sabe qué comieron ayer, ni siquiera sabe si vendrá la mujer que
viene entre semana o la que viene los sábados y domingos. Se queja mucho de que
sean dos mujeres distintas las que la ayudan. Atribuye su confusión general a
ese cambio de personas. Cada vez le cuesta más recordar sus nombres. A todo
esto se suma su ceguera causada por el deterioro de la mácula. Para
reconocer las cosas tiene que tocarlas, no puede identificar qué hay en un
plato y no creo que pueda contar ya los dedos levantados de una mano. Pese a todo se mueve con
facilidad por la casa porque la conoce y también por las cuatro calles de
siempre, mirando siempre al suelo para advertir el bordillo de la acera. No
quiere reconocer lo ciega que está y hace como si viese.
Le frustra no ser ya necesaria. Mientras están cenando mi
padre me pide a mí que vaya a por algo a la cocina y ella se levanta deprisa
enfadada porque no se lo pide a ella. “¿Es que ya no voy a servir para nada?”
Y le gusta juntarse con mi suegra, que no puede andar, y hablando
con alguien de su edad se siente mejor y sueña que está bien o así se lo quiere
hacer creer durante un rato a mi suegra y a sí misma. “Vicente, el pobre, está
muy fastidiado, pero yo aún puedo hacer la casa y manejarme. Mientras no se nos
vaya la cabeza… aún podemos dar gracias a Dios.”
Y se lo cree de veras.
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