Ocho apellidos vascos: una llamada a la reconciliación.
“Ocho apellidos vascos” es una comedia sin mayor pretensión
que hacer reir. En ningún momento ningún personaje se pone serio para soltar un
discurso sobre el problema del
independentismo, el terrorismo o algún otro tema cercano. En ningún momento.
Sin embargo, el hecho de que la película aparezca cuando la
mayoría de los españoles cree que el terrorismo de ETA ha terminado y cuando se
nota en el ambiente un deseo de olvidar cuanto antes la pesadilla del terror, estos
factores, pienso, le dan a la película una significación política. El hecho de
poder referirse a los estereotipos de lo vasco y lo español en tono de broma y
poder enfrentarlos de un modo cómico y, lo que es más importante, en ausencia
de todo recuerdo del dolor de las muertes de los atentados me parece a mí que constituye una
novedad en España y carga a la película, a mi entender, de contenido político.
Un sevillano, Rafa, se enamora de una vasca, Amaya, y va a
buscarla al país vasco para que se vaya a vivir a Sevilla con él. Este
planteamiento no es inocente, la elección no es caprichosa, las cosas no funcionarían igual si se
planteara al revés. No es un vasco el que pretende a una andaluza, porque todo
el mundo entiende que los vascos (hablando así, en general) no quieren nada con lo español, es un español
de pura cepa el que quiere amores con una independentista vasca. En el
extendido estereotipo, lo andaluz representa lo español.
El sevillano se pliega durante toda la película a los deseos
de la vasca. El protagonista se asimila a lo vasco lo más posible, imita su
acento, come como ellos, hasta “se hace” independentista, pero no consigue que
ella ceda a sus pretensiones. Como en tantas comedias de este tipo al final es
ella la que lo va a buscar a él y la que adopta la música sevillana y la calesa para rendirlo.
Si esto no ejemplifica la reconciliación de lo español y lo
vasco que venga Dios y lo vea.
Pero además hay otra historia paralela encarnada por
Elejalde –vasco de pro- y Carmen Machi –extremeña en Euskadi, viuda del guardia
civil. También estos personajes acaban ligados. Es cierto que el vasco no sabe
quién es ella, ni lo que representa, pero no importa, cuando se entera parece
aceptarlo como algo inevitable.
A esto que digo alguien puede argumentar que Rafa y Amaia no
representan nada, que son solo dos jóvenes enamorados, meros personajes de una
comedia, ajenos a la política.
Este modo de argumentar es otra manera de llegar al mismo
lugar. Según esta interpretación Rafa y Amaya
son apolíticos, son un hombre y una mujer –como tantos- que se aman más allá de
su condición de capuletos o montescos.
Lo español o lo vasco no puede ser un obstáculo para el amor, la risa y el buen
rollo. La película parece decir, una vez desaparecidos el tiro en la nuca y el crimen, los
enfrentamientos políticos no tienen tanta importancia, dejémoslos aparte, las
personas pueden quererse con independencia de su credo político y su ideología.
La película tiene mucha gracia, pero no triunfa solo por
eso. La misma película no se podría hacer si ETA continuara matando. Triunfa también porque es un paso más en el camino de lo que los españoles
en este momento quieren hacer que es olvidar el horror del pasado y mirar hacia
adelante.
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Me reservo para otro posible post si todo esto es justo o no. ¿Gustará a las víctimas del terrorismo? Me temo que no, pero al final las víctimas son muy pocas (comparativamente) y quedan silenciadas por todos los que quieren olvidar y a otra cosa.
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