06 abril, 2014

Ocho apellidos vascos: una llamada a la reconciliación.


“Ocho apellidos vascos” es una comedia sin mayor pretensión que hacer reir. En ningún momento ningún personaje se pone serio para soltar un discurso sobre el problema  del independentismo, el terrorismo o algún otro tema cercano. En ningún momento.

Sin embargo, el hecho de que la película aparezca cuando la mayoría de los españoles cree que el terrorismo de ETA ha terminado y cuando se nota en el ambiente un deseo de olvidar cuanto antes la pesadilla del terror, estos factores, pienso, le dan a la película una significación política. El hecho de poder referirse a los estereotipos de lo vasco y lo español en tono de broma y poder enfrentarlos de un modo cómico y, lo que es más importante, en ausencia de todo recuerdo del dolor de las muertes de los atentados me parece a mí que constituye una novedad en España y carga a la película, a mi entender, de contenido político.

Un sevillano, Rafa, se enamora de una vasca, Amaya, y va a buscarla al país vasco para que se vaya a vivir a Sevilla con él. Este planteamiento no es inocente, la elección no es caprichosa,  las cosas no funcionarían igual si se planteara al revés. No es un vasco el que pretende a una andaluza, porque todo el mundo entiende que los vascos (hablando así, en general) no quieren nada con lo español, es un español de pura cepa el que quiere amores con una independentista vasca. En el extendido estereotipo, lo andaluz representa lo español.

El sevillano se pliega durante toda la película a los deseos de la vasca. El protagonista se asimila a lo vasco lo más posible, imita su acento, come como ellos, hasta “se hace” independentista, pero no consigue que ella ceda a sus pretensiones. Como en tantas comedias de este tipo al final es ella la que lo va a buscar a él y la que adopta la música sevillana y  la calesa para rendirlo.
Si esto no ejemplifica la reconciliación de lo español y lo vasco que venga Dios y lo vea.

Pero además hay otra historia paralela encarnada por Elejalde –vasco de pro- y Carmen Machi –extremeña en Euskadi, viuda del guardia civil. También estos personajes acaban ligados. Es cierto que el vasco no sabe quién es ella, ni lo que representa, pero no importa, cuando se entera parece aceptarlo como algo inevitable.

A esto que digo alguien puede argumentar que Rafa y Amaia no representan nada, que son solo dos jóvenes enamorados, meros personajes de una comedia, ajenos a la política.
Este modo de argumentar es otra manera de llegar al mismo lugar.  Según esta interpretación Rafa y Amaya son apolíticos, son un hombre y una mujer –como tantos- que se aman más allá de su condición de capuletos  o montescos. Lo español o lo vasco no puede ser un obstáculo para el amor, la risa y el buen rollo. La película parece decir, una vez desaparecidos el tiro en la nuca y el crimen, los enfrentamientos políticos no tienen tanta importancia, dejémoslos aparte, las personas pueden quererse con independencia de su credo político y su ideología.

La película tiene mucha gracia, pero no triunfa solo por eso. La misma película no se podría hacer si ETA continuara matando. Triunfa también porque es un paso más en el camino de lo que los españoles en este momento quieren hacer que es olvidar el horror del pasado y mirar hacia adelante. 






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Me reservo para otro posible post si todo esto es justo o no. ¿Gustará a las víctimas del terrorismo? Me temo que no, pero al final las víctimas son muy pocas (comparativamente) y quedan silenciadas por todos los que quieren olvidar y a otra cosa.

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