08 abril, 2014

Comida en Benidorm


Hace ya unos meses estuve con mis cuñados pasando un finde en Benidorm. Cuatro matrimonios, incluyéndonos. Uno de los atractivos del viaje es el Hotel, de bastantes estrellas, que se convierte en muy asequible para la clase media en temporada baja. Como es sabido en temporada baja está lleno de viejos, aún sanos, que bailan por la noches, al ritmo de una cantante a la que tampoco se puede llamar joven. Uno de los ganchos para conseguir que vengamos  es el bufett. Las comidas son las que marcan el ritmo del día. Desayunamos opíparamente, como no desayuna ningún español en ningún sitio y luego nos sentamos en una terraza, charlando, a esperar la comida. No os engañéis el hecho de haber desayunado a la inglesa con huevos, beans y bacon no nos llevará a hacer un lunch británico. 

A lo que iba. A las tres parejas que estábamos se añadió el sábado una última hermana con su marido. Llegaron por la tarde y contrataron la noche y el desayuno. La comida del domingo no estaba incluida para ellos. Pero somos españoles y todos habíamos visto que el control de la entrada al restaurante dejaba mucho que desear. Una camarera pedía al pasar la acreditación pero todo muy poco estricto. Simplemente diciendo que tu mujer ya pasó antes con la acreditación te dejaban pasar. 

Mi cuñado podía perfectamente pagar aquella comida del domingo, pero la sangre del Lazarillo de Tormes, que corre por sus venas, le impidió hacerlo. Cuando lo plantearon  sentados al sol durante la mañana yo se lo dije bien claro. “Eso es robar”. Se revolvió incómodo en su asiento. “Con lo que ya he pagado ¿no me he pagado de sobra la comida?" Se lo volví a repetir pero no solo quería comer por la cara, también quería hacerlo sin remordimiento. Es curioso que en todo el grupo, el único que quería “tocar las pelotas” era yo.
Y es que yo no le temo a disonancia cognitiva. Al final, yo también le ayudé a colarse. Lo que no estoy dispuesto a decirme a mí mismo es que aquello estuvo bien.

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