Comida en Benidorm
Hace ya unos meses estuve con mis cuñados pasando un finde en Benidorm. Cuatro
matrimonios, incluyéndonos. Uno de los atractivos del viaje es el Hotel, de
bastantes estrellas, que se convierte en muy asequible para la clase media en
temporada baja. Como es sabido en temporada baja está lleno de viejos, aún
sanos, que bailan por la noches, al ritmo de una cantante a la que tampoco se puede
llamar joven. Uno de los ganchos para conseguir que vengamos es el bufett. Las comidas son las que marcan
el ritmo del día. Desayunamos opíparamente, como no desayuna ningún español en
ningún sitio y luego nos sentamos en una terraza, charlando, a esperar la
comida. No os engañéis el hecho de haber desayunado a la inglesa con huevos,
beans y bacon no nos llevará a hacer un lunch británico.
A lo que iba. A las tres parejas que estábamos se añadió el
sábado una última hermana con su marido. Llegaron por la tarde y contrataron la
noche y el desayuno. La comida del domingo no estaba incluida para ellos. Pero
somos españoles y todos habíamos visto que el control de la entrada al
restaurante dejaba mucho que desear. Una camarera pedía al pasar la acreditación
pero todo muy poco estricto. Simplemente diciendo que tu mujer ya pasó antes
con la acreditación te dejaban pasar.
Mi cuñado podía perfectamente pagar aquella comida del
domingo, pero la sangre del Lazarillo de Tormes, que corre por sus venas, le impidió
hacerlo. Cuando lo plantearon sentados
al sol durante la mañana yo se lo dije bien claro. “Eso es robar”. Se revolvió
incómodo en su asiento. “Con lo que ya he pagado ¿no me he pagado de sobra la
comida?" Se lo volví a repetir pero no solo quería comer
por la cara, también quería hacerlo sin remordimiento. Es curioso que en todo
el grupo, el único que quería “tocar las pelotas” era yo.
Y es que yo no le temo a disonancia cognitiva. Al final, yo
también le ayudé a colarse. Lo que no estoy dispuesto a decirme a mí mismo es que
aquello estuvo bien.
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