09 enero, 2014

Momentos que me gustan de la vida.


Un viernes por la tarde en la Biblioteca. Picoteando aquí y allá, sin prisa, sentado en la zona de los comics que tiene unos sillones más cómodos, o de pie buscando películas para ver en casa,  con la tranquilidad de tener todo el finde por delante.

La primera noche de un fin de semana con Pilar en la caravana. Llegar al camping, bajar las patas, conectar la luz, colocar las comidas, las ropas, los libros. Cenar juntos con la calefacción encendida y que caldea en poco tiempo los escasos metros cúbicos de nuestra caravana. Y luego ver una peliculita en el portátil colocado sobre la mesa, los dos sentados paralelos, con los pies en alto, casi tumbados. Ella haciendo ganchillo a la vez que la ve. Ese primer día es el descanso y al mismo tiempo la promesa del descanso. ¿Qué más se puede pedir?

Un paseo por el camino viejo del matadero hacia Pelayos, en Arenas de S. Pedro. Caminar entre los pinos, los robles y los castaños. Ascender por el sendero, a veces cantando una canción, a veces escuchando los pájaros o los grillos.

Un baño en el agua helada del charco verde de El Hornillo. Con A. o con B. o yo solo. Cuando la piel recibe el frescor amigo como un regalo contra el calor del día.Y sentir el agua helada en la piel en el segundo baño, cuando el cuerpo ya está acostumbrado. Pocas sensaciones pueden ser, para mí, tan placenteras como el frescor del agua en un día de calor. Y cuando el resto del cuerpo ya está acostumbrado meter la cabeza bajo el agua por primera vez y saborear aún un frescor nuevo.

Hace tiempo ya hablé de esto aquí. 

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