18 octubre, 2013

"Sonata de otoño" reload.

Vi cuando era joven “Sonata de otoño”. Un espléndida Ingrid Bergman interpretaba el papel de una madre vieja y egoísta que se reencuentra con su hija (Liv Ulman). Amores, odios, resentimientos, rencores, todo mezclado. No recuerdo los pormenores, pero sí el magma emocional de la película. Lo que voy a contar no es exactamente lo mismo pero esta tarde me ha recordado esa película.
Me he reunido  con algunos de mis hermanos –con mis padres ausentes- para solventar asuntos sobre ellos. La mujer que los cuida se vuelve a su país en enero y se abre una nueva situación. En la conversación, en la que solo estábamos tres de los cinco que somos, aparecen uniéndonos a nuestros padres y entre nosotros los mismos viejos amores, antiguos odios, resentimientos renovados, rencores ocultos que nos unieron en otro tiempo. Y cada uno de nosotros sigue siendo el mismo, pese a los años trascurridos, y los oxidados lazos afectivos –de un signo u otro- emergen a la superficie como cadenas de herrumbrosas anclas sacados del fondo del mar.
Y de repente la vida sale de su rutina y noto que la vida es nueva y desconozco que no puedo augurar el final. Que no sé como quedará la relación con mis hermanos cuando todo esto acabe. Y me siento como el involuntario actor de un drama cientos de veces repetido antes por muchas familias: la pelea entre hermanos con motivo del cuidado de los padres. Y algo más curioso y llamativo. Descubro los resentimientos que los hijos albergan hacia los padres. “Tenemos que intentar no vengarnos ahora por lo que nos hicieron”. Terrible frase. Pero que aún sería más terrible si estuviera puesta en afirmativo.
Y en muchos momentos disfruto  y acepto la vida como es. Y en otros me gustaría desterrarme, renegar de todo y de todos. A veces no quiero ser un ser humano.

Y he tomado orfidal para dormir hoy (uno entero) y ahora me he vuelto a despertar y no me duermo.

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