04 octubre, 2013

De la dificultad de hacer el bien.

Lo que voy a contar sucedió hace casi un mes.

Desde este verano mis padres tienen una mujer (Verónica) que vive con ellos para cuidarlos, de manera que mi madre ha dejado de hacer muchas de las cosas que hacía en la casa. Sus pérdidas de memoria hacen imposible que haga los planes que a diario hacemos todo el mundo. Por ejemplo, ¿Cómo planear la compra si no sabe ni lo que tiene ni lo que necesita?

Como todo el trabajo lo ha ido asumiendo Verónica, ella, por las mañanas, pasea por la casa como un fantasma sin cometido ninguno y a veces saca cajones y finge ordenarlos para ocupar su tiempo y creerse que hace algo. Como además ve poquísimo cada cosa que saca del cajón la tiene que palpar bien hasta que identifica lo que es.
Con el fin de que pasara la mañana algo más entretenida y tuviera algo más de relación social se me ocurrió llevarla unas horas a un centro de día. No es que tuviera yo mucha fe en las actividades que hacen en estos sitios pero pensé que si conocía allí a alguien de su edad quizás pasara la mañana más feliz.
Pero el diablo, que no descansa, confundió mis planes y torció las cosas para obtener mal donde debía crecer el bien. (Esta frase me ha salido un poco arcaica pero ya no la voy a borrar).  
Después de haber concertado el día que mi madre iría por primera vez (solo de prueba y sin pagar nada)  me acerqué con ella una mañana de septiembre y la dejé allí. Al irme le pregunté a la cuidadora: “Las actividades terminan a la una y media ¿verdad? Esa es la hora a la que los que los otros pasan a comer. ¿verdad?”
Me respondió que sí pero mientras la cuidadora daba por supuesto que yo pasaba a recogerla al final, yo di por hecho que mi madre a esa hora volvería sola a casa pues hasta ahora se maneja perfectamente, va sola a todas partes y no se ha perdido nunca. 

Cuando al final de la mañana ella quiso volver a casa no la dejaban salir. Ella insistía en que podía volver sola, pero ellos que están acostumbrados a tratar con ancianos demenciados no podían fiarse de su palabra. Por más razones que ella daba el gerente le explicaba que yo no había dado permiso para que la dejaran salir y que pasaría a buscarla. Debió pasar media hora intentando escapar de un sitio, que si hasta entonces había sido un lugar agradable, de repente se había convertido en una prisión. Ellos tenía mi teléfono pero tardaron mucho tiempo en llamar, suponían que no tardaría en llegar, supongo que para no molestar a la persona que en último término iba a contratar sus servicios si quedaba contento.Cuando llegamos a casa mi madre estaba de los nervios. Se creía que ya la habíamos llevado a una residencia. Fue muy mal principio.

A la semana siguiente lo intenté con otro centro de día distinto. Pero no ha habido manera. He abandonado. De momento se quedará en casa dando vueltas sin ocupación. 

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