Lo que una mujer con la cabeza cubierta aprendió sobre la avaricia en el puente de Westmister.
Puente de Westmister. Siete u ocho de la tarde. Montones de
trileros con los cubitos en el suelo.
Tres cubitos metálicos y una bolita. En el puro suelo. Me paro un poco apartado a observar a uno de ellos. “Where is the ball?, Where is the ball?” No es británico, porque su inglés lo entiendo hasta yo. La
mueve rápido pero de modo muy sencillo, el espectador siempre sabe dónde está
la bola. Los ganchos intercambian billetes muy rápido con el que mueve las
bolas. Los ganchos son tres, unas veces ganan y otras pierden. Veo tan claro el truco que me parece
imposible que alguien pueda picar. He elegido ese grupo porque hay una mujer musulmana con dos niños mayorcitos. En un momento determinado uno de los niños, supongo que por indicación de la madre, se agacha para elegir una cazoletilla. El tramposo le dice al niño con un gesto que no, que tiene que
hacerlo la madre. No sé si vuelve a mover los vasitos metálicos una vez más o
no, pero inmediatamente la mujer pone el
pie sobre un vasito. El trilero le dice: Tuenty. La mujer ya llevaba su billete
en la mano y se lo entrega. Él lo guarda rápido en la carterilla. Luego ella,
sin levantar el pie, se agacha y da vuelta al vasito con la mano. La cara que
se le queda cuando lo ve vacío es de estupefacción. El trilero sigue ligero
moviendo los vasitos. Ni una palabra, ni una mirada más a la mujer. Continúa haciendo nuevas apuestas rápidas con sus ganchos.“Where is
the ball? Where is the ball?”
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