Extraños favores
Mi cuñado pasa unos días invitado en nuestra casa de Arenas.
Siente esto como un favor porque tanto él como su familia –su mujer y su hijo- estaban
obligados a pasar varias semanas en Salamanca, cuidando a su madre que ya no
puede moverse. Aquí están mejor por la piscinita, por variar, porque mi suegra
está más entretenida, porque además su cuidado se reparte entre él y su
hermana (mi mujer).
Deseoso de pagar el favor, o quizás movido por sus gustos y
aficiones, en seguida, ya el primer día, se pone a recortar y podar algunos
setos que tenemos salvajes y desbordados en el jardín. No pide permiso, ni a mí
ni a su hermana. Cuando regreso de algún recado ya está a mitad de la tarea. ¿Cómo
puede estar seguro de que quiero que lo haga?
Luego me lo dice varias veces. “Cuñado, que bien te he
dejado el jardín.” También lo cuenta orgulloso por Guasap. Me tengo que morder
la lengua para no afearle su conducta y decirle lo que pienso de verdad.
Y lo que creo es que nadie hace una cosa así sin comentarle
algo al dueño. Le falta tacto y le sobra exceso de confianza en su criterio. De
natural él se cree el hombre más listo en muchos kilómetros a la redonda (sin
saber que ese hombre soy yo) lo cual ya produce un potencial roce entre
nosotros. Pero volviendo a la poda, me parece estupendo que él considere aquella
tarea imprescindible EN SU JARDÍN, -si
lo tuviera o tuviese- pero ¿cómo puede estar seguro que yo quiero hacerlo en el
mío?
Alguno argüirá… pero el seto necesitaba una poda… ¿no?
Depende. Nosotros pasamos aquí únicamente los meses de julio
y agosto. No nos ocupamos del jardín para nada porque quien lo hace –cuando lo
hace- es el inquilino que pasa todo el curso alquilado aquí. A veces mi mujer
lo riega cuando se acuerda, que es casi nunca, y alguna vez le pasa la segadora
cuando no tiene nada que hacer y necesita ocupar su tiempo en algo. En
septiembre el inquilino se suele encontrar el césped agostado por el calor, sus
plantas de fresa (ha plantado fresas en sus márgenes) casi muertitas de sed, y
los setos salvajes o recortaditos según le haya dado a mi esposa.
Pero es que, hace ya algunos años, el recorte del seto fue
causa de una agria discusión de pareja.
Fue el verano en el que mi esposa nada más llegar a Arenas le pegó un rapado a
todos los setos del jardín y los dejó temblando, horrorosos de feos, apenas sin
hojas, aunque eso sí, preparados para crecer el resto del año. Pero digo yo
¿Por qué tengo que pasar dos meses viendo las ramas secas y sin hojas con lo
bonito que es un seto lleno de hojas aunque estas se coman la mitad del camino
de entrada? Aquel año la tuvimos.
Cuñado, creo que no me estás leyendo, pero sí es así, te lo
digo sin acritud: Antes de hacer un favor deberíamos de estar seguros de que
realmente es un favor. Es algo parecido a la persona que regala lo que a él le
gustaría que le regalaran sin tener para nada en cuenta los gustos de aquel a
quien regala. Una desconsideración.
……………..
Pero no quiero solo envenenarme la sangre. Veamos las cosas
por el lado bueno. Mi cuñado está muy agradecido de estar aquí. Su hijo de 8 o
9 años disfruta como un enano en la piscina y en el jardín común de la
urbanización no tiene peligros. Mi cuñado ve que su madre está más contenta que
en Salamanca y su esposa también porque baja con la mía a ver las tiendas del
pueblo (afición que me es ajena pero que parece gustar mucho a algunas
mujeres). Él está, aquí, feliz, él siempre está feliz, y quiere devolver favor
por favor. Y yo, que soy un tipo un poco puñetero, envidioso –me jode a veces
su alegría de vivir- me enredo en criticar su torpeza y falta de discreción.
Cuando lo que debía es alegrarme de que quiera mostrar su agradecimiento
haciendo algo útil, darle un beso en la mejilla y decirle: Cuñao, de bien
nacidos es ser agradecidos, ¡¡óle tus huevos!!
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