28 junio, 2013

Tarde fatídica.



Primero bajo a casa de mis padres con intención de estar un minuto para comprobar si le había devuelto la tarjeta de crédito a mi madre. Tardamos un rato en encontrar el tarjetero donde la guarda. Luego lo que echamos en falta es su monedero. Otro rato buscando. Cuando aparece el monedero se levanta mi padre de la siesta. En seguida echa de menos las gafas que dice haber dejado sobre un mueble. No aparecen. Dice que están en una funda. Nos volvemos majaretas los tres buscando durante una hora. Sin gafas no puede leer, que es lo que hace por la tarde. Antes de que aparezcan –al final aparecieron- mi hija me llama desde el móvil de una amiga para decir que ha perdido su móvil en un bar. Uno igual debe costar 150 euros.

Mi disgusto es mayúsculo. Ya estábamos muy enfadados con ella porque ha suspendido por segunda vez el teórico de conducir. Hay que pagar de nuevo si quiere sacarlo. Nos parece una irresponsabilidad ir al examen sin saberlo bien. Va a irse el lunes con una amiga a Londres. Tienen allí un amigo y van a buscar trabajo. De momento hemos pagado el vuelo y la reserva de un hostel. No sabemos si sólo serán unas vacaciones pagadas o encontrarán algo para mantenerse.

Ha suspendido dos en mayo y se examina el sábado de la última (junio es lo que antes era septiembre). Tendría que irse sin saber los resultados. Suspensos de mayo, suspenso del carnet, pérdida del móvil. Son muchos desastres seguidos.

Cuando a mi mujer le domina la ira –que es pocas veces- pierde el sentido de la realidad. No piensa lo que dice y dice disparates que no puedo reproducir aquí. Es como si las palabras no tuvieran valor y se pudiera decir cualquier cosa. Tengo que enfadarme con ella y callarle la boca hablándole con mucha firmeza. Yo he podido gritar como un energúmeno en otras ocasiones pero lo que digo –el contenido de lo que digo- siempre está dentro de una medida.

Casi estamos pensando suprimir el viaje a Londres. Si no va perdemos el viaje, pero nos ahorramos lo que gastaría allí. No se puede ser una máquina de perder dinero.

Lo de mis padres es peor aún. Es la impotencia como ley de la vida cotidiana. Mi madre no ve (apenas), mi padre no oye (si no le repites las cosas), mi madre no se acuerda dónde puso algo que dejó de su mano hace dos minutos. Se pasan la vida buscando cosas. Mi padre es un maniático y quiere que mi madre haga las cosas de acuerdo con su manía. ¿Cuántas veces te he dicho que primero traigas la bandeja con la taza y luego la leche? O sea que hay que hacer lo que manda –se mueve menos que mi madre- pero además del modo como él quiere que se haga. Un suplicio.

Ya le he dicho lo que dicen: lobo que no anda por su pie, no come la carne que quiere. Pero mi madre lo tiene malcriado. Al fin y al cabo, el único modo que le queda a mi madre para sentirse valiosa es cuidar a mi padre. Aunque ya lo hace de modo bastante deficiente.

A mí me parece que estarían más tranquilos viviendo separados. Juntándose solo unas horas. Pero supongo que ellos no piensan lo mismo.

Mañana os cuento la historia de la mujer que los cuida unas horas al día. No es menos triste.

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