12 septiembre, 2012

La devaluación de la moneda sería como el cambio de hora en verano.


Este verano lo he pasado con un economista al que he podido preguntar muchas cosas sobre la crisis. Como mi formación en economía es ninguna he entendido poco de lo que me contaba aunque algo sí.
Quería colgar aquí, en el blog, un símil que me parece muy ilustrativo y muy interesante.
Como sabéis España es ahora más pobre que hace unos años. En otros tiempos se arreglaba devaluando la moneda. De un solo golpe todos los españoles éramos más pobres pero nadie notaba su rebaja del sueldo con respecto al vecino, porque todos se empobrecían a la vez. Lo notábamos por la inflación que provocaban las importaciones.
Esto es lo que ya no se puede hacer en España (devaluar) pero el empobrecimiento es real y tarde o temprano tiene que llegar. Los funcionarios ya ganamos menos de lo que ganábamos, los pisos ya valen menos.  Y aún ganaremos menos y valdrán los pisos menos.
Pero lo que quería era citar el siguiente símil de FRIEDMAN que nos muestra lo difícil y traumático que va a ser el empobrecimiento inevitable de España:
La defensa de los tipos de cambio flexibles es, por curioso que parezca, casi idéntica a la del cambio de hora en verano. ¿No resulta absurdo cambiar el reloj en verano cuando se podría conseguir exactamente lo mismo si cada persona cambiase sus costumbres? Lo único que se precisa es que cada persona decida llegar a la oficina una hora antes, comer una hora antes, etc. Pero, obviamente, es mucho más sencillo cambiar el reloj que guía a todas estas personas, en lugar de pretender que cada individuo por separado cambie sus costumbres de reacción ante el reloj, por más que todos quieran hacerlo. La situación es exactamente igual a la del mercado de divisas. Es mucho más simple permitir que un precio cambie —el precio de una divisa extranjera— que confiar en que se modifique una multitud de precios que constituyen, todos juntos, la estructura interna del precio.
El cambio de hora del reloj es la devaluación (ya imposible), el cambio de las costumbres es lo inevitable y lo traumático. Es lo que nos toca. Una putada. Ni sabemos cuanto exactamente tenemos que empobrecernos ni se hace de un modo igual para todos. Una putada.

Esta cita de Friedman la hace Paul Krugman en el primer capítulo de su libro “Acabad ya con esta crisis”. El capítulo fue publicado en las páginas salmón de El País. El que quiera leer el contexto de la cita puede hacerlo aquí.

1 comentario:

  1. Bonito símil, pero pidiendo disculpas por meterme a apostillar, yo añadiría que hay otra diferencia muy importante:
    En una devaluacion, las deudas denominadas en la moneda nacional se "devalúan" también a la vez. Por así decir, los que deben deben menos, en la misma medida en que son más pobres.
    (Las deudas denominadas en otras monedas, claro, no se devalúan, con lo cual se encarecen en términos de nuestros sueldos, ventas, y riqueza en general)
    Ahora al no haber devaluación, los acreedores no se hacen más pobres en la misma proporción que los demás. Sus créditos siguen valiendo lo mismo. Son los demás los que van a tener muchas más dificultades para pagarles. Es como si todos los acreedores fueran extranjeros.

    La excepción sería que si nadie puede pagar a un acreedor, a este quiza le vale más rebajar la deuda (hacer una "quita") que arruinar a sus deudores. Pero el acuerdo en esto es muy, muy difícil. La inequidad, inevitable. Me parece raro darle la razón, pero Friedman la tiene en que es mucho más difícil rebajar cada uno por su cuenta, y en las deudas, todavía más. La propiedad es sagrada y tal, y aunque una devaluación te quita propiedad en cierto modo, no se nota. En cambio decir que todas las deudas van a rebajarse en el treinta por ciento, es impensable.

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