TORTURAS ÍNTIMAS
Mi tía Florita, que en paz descanse, decía que “el que no tiene cruz se la hace con un palito”. No sé si es necesario aclarar lo que significa la palabra “cruz” en la frase (hoy en día hay mucha gente que ni estudió religión ni historia de las religiones). Fue el instrumento de tortura con el cargó Jesucristo camino de su muerte y en castellano se utiliza para referirse a cualquier problema grave que te hace penosa la vida y de alguna manera te va llevando a la muerte. Puede ser un hijo paralítico cerebral, un padre con alzheimer o unas almo-roides como puños.
Mi familia, y me refiero con esta palabra a la de mis padres y mis hermanos, somos especialistas en inventarnos pequeños dolores imaginarios pero molestos y desagradables para ir pasando la vida. Para ir perdiéndola.
Es lo que alguien llamó “el arte de amargarse la vida”. Lo llamó así, escribió un libro con ese título y creo que vendió bastante. Pero ese es otro tema.
Algunas personas, que no tienen realmente problemas graves, en lugar de disfrutar y pasarlo bien agravan las pequeñas dificultades que siempre tiene el transcurrir diario y consiguen ahogarse en un vaso de agua, como dice la frase popular.
Sin ir más lejos, yo mismo. El sábado que viene queremos hacer una marcha andando a “Cinco Lagunas”. Sin ir más lejos, sólo hasta “Cinco Lagunas”. Desde Navalperal son diez horas ida y vuelta, sin contar descansos. Quizás exagero, a lo mejor son nueve en total, en cualquier caso, una paliza. Queremos hacerla voluntariamente, no es que nadie nos dé dinero por ello ni hayamos hecho una promesa a S. Esteban, mártir del Japón, patrón de un pueblo de aquí al lado que lleva su nombre. Lo hacemos por puro gusto y la verdad es que no sé por qué lo hacemos.
Si lo pienso se me ocurren tres razones aunque ninguna me convence.
1. Por amor a la naturaleza (como si quedarse tumbado en la hierba leyendo a la sombra de un sauce no fuera disfrutarla también).
2. Por amor al ejercicio físico (nunca he sabido si lo hago por lo bien que duermo luego, por lo rica que sabe la tortilla tras la caminata, o por la oportunidad de meterle a los demás unos rollos tremendos cuando avanzan cansados, ya, sin aliento para interrumpirte y quitarte la palabra.
3. Por huir de la vida familiar tan armónica siempre.
La subida a Cinco Lagunas es el sábado. Es jueves y estoy tensando el arco. De la única manera que sé: sufriendo.
¿Qué me pongo para caminar? ¿las deportivas que tengo hace años y que se adaptan como un guante a mis pies o las botas que me compré en Decatlón a comienzos de verano? Yo, siempre bastante rata, quería unas de quince euros pero Pilar me obligó a comprar las de treinta. El caso es una vez probadas tengo que decir que a ratos me duelen como si hubieran costado quince.
¿Por qué no te pones, entonces, las zapatillas? Preguntaréis.
Con las botas el pie va más sujeto y puede evitarte torcerte un tobillo. Nada me disgustaría más que estropearles la excursión a los compañeros convirtiéndome en una variante masculina y de superficie de la espeleóloga belga atrapada en la sima. Además las suelas de las botas son más dura y aguantan mejor las muchas piedras picudas que se me van a ir clavando por debajo durante las nueve horas si llevo las zapatillas.
Decía Cioran que cuando tenía dos posibilidades y escogía una siempre le quedaba el dolor de no haber escogido la otra. Es un sentimiento de masoquista, que en mi familia sentimos desde mucho tiempo antes de leérselo al amigo rumano de Savater.
Pero los problemas no se acaban ahí. ¿Cuanta agua creéis que debo llevar? Dicen que no hay fuentes en el camino y de las lagunas no puedes beber porque hay mucho ganado y las contaminan. ¿Cuanta necesitaré? Si hace mucho calor seguro que bebo más. Pero no sé cuanto calor hará. ¿Serán mucho peso dos litros? La marcha va a durar todo el día. ¿Será poca cantidad? No quiero pasar sed pero tampoco quiero cargar de más. Es distinto caminar sin peso que caminar con carga, eso lo sabe cualquiera ¿qué debo hacer? Me gustaría que existiera un experto o algo escrito sobre el asunto y tras seguirlo a pies juntillas descargar luego la responsabilidad del error cometido en él, porque tengo la sensación de que me equivocaré.
Marcos, serénate, no pasa nada. Imagina que llevas poca agua. ¿Acaso es tan grave pasar un poco de sed? ¡qué exagerado eres!
Para vosotros las cosas son muy fáciles porque no tenéis imaginación.
Imaginad que me he torcido un tobillo y que avanzo lentamente apoyado en los hombros de dos de mis compañeros varones. El recorrido de vuelta por este percance, del que no puedo por menos que sentirme culpable ¡malditas zapatillas! se alarga al doble de lo previsto en un primer momento. Los “aies” de dolor que suelto cada cuatro pasos me secan la boca y no tengo ni un trago de agua con el que mojarme los labios. Alguien del grupo me ofrece de la suya, alguien que ha sabido racionarla con más inteligencia que yo y aún le queda una poca. Al remordimiento por haberles amargado la excursión (“te debías haber traído las botas”, me dijo hace un rato el mismo que ahora me ofrece un trago) tengo que sumarle ahora el reparo de beberme el agua de otro, el agua con la que yo no quise cargar por vagancia y temor al sobrepeso.
¡Dios, qué dolor!
Durante la siesta se me aparece Freud en sueños. Tiene un aspecto un poco distinto del que le conozco por las fotos. No sé si es debido a que estoy durmiendo y esto distorsiona mi percepción o a que aquellos retratos no le hacían justicia, pero es él, no me cabe duda, es el “rey de las motivaciones ocultas” que desde los pies de mi cama me llama por mi nombre y descubre lo que me pasa.
“Marcos, no te engañes. Los miedos que nombras son mentira, no es la sed lo que te asusta, ni las ampollas. Quieres buscar razones objetivas al único temor verdadero que angustia a tu corazón. No has comenzado aún la cuenta atrás, pero sabes que tus vacaciones se acaban. Eres consciente, aunque inconscientemente, enigmas del subconsciente, de que estos días de ocio placentero tocan a su fin. Olvídalo. Disfruta lo que puedas en la sierra y olvida por un día el único mal real que amenaza tu felicidad”.
Y mientras su imagen se evapora en la oscuridad escucho sus últimas palabras, un tanto desconcertantes para mí: “Recuerdos de Jung”.
¿Por qué me mandará Jung recuerdos si lo único que conozco de él es su nombre?
Mi familia, y me refiero con esta palabra a la de mis padres y mis hermanos, somos especialistas en inventarnos pequeños dolores imaginarios pero molestos y desagradables para ir pasando la vida. Para ir perdiéndola.
Es lo que alguien llamó “el arte de amargarse la vida”. Lo llamó así, escribió un libro con ese título y creo que vendió bastante. Pero ese es otro tema.
Algunas personas, que no tienen realmente problemas graves, en lugar de disfrutar y pasarlo bien agravan las pequeñas dificultades que siempre tiene el transcurrir diario y consiguen ahogarse en un vaso de agua, como dice la frase popular.
Sin ir más lejos, yo mismo. El sábado que viene queremos hacer una marcha andando a “Cinco Lagunas”. Sin ir más lejos, sólo hasta “Cinco Lagunas”. Desde Navalperal son diez horas ida y vuelta, sin contar descansos. Quizás exagero, a lo mejor son nueve en total, en cualquier caso, una paliza. Queremos hacerla voluntariamente, no es que nadie nos dé dinero por ello ni hayamos hecho una promesa a S. Esteban, mártir del Japón, patrón de un pueblo de aquí al lado que lleva su nombre. Lo hacemos por puro gusto y la verdad es que no sé por qué lo hacemos.
Si lo pienso se me ocurren tres razones aunque ninguna me convence.
1. Por amor a la naturaleza (como si quedarse tumbado en la hierba leyendo a la sombra de un sauce no fuera disfrutarla también).
2. Por amor al ejercicio físico (nunca he sabido si lo hago por lo bien que duermo luego, por lo rica que sabe la tortilla tras la caminata, o por la oportunidad de meterle a los demás unos rollos tremendos cuando avanzan cansados, ya, sin aliento para interrumpirte y quitarte la palabra.
3. Por huir de la vida familiar tan armónica siempre.
La subida a Cinco Lagunas es el sábado. Es jueves y estoy tensando el arco. De la única manera que sé: sufriendo.
¿Qué me pongo para caminar? ¿las deportivas que tengo hace años y que se adaptan como un guante a mis pies o las botas que me compré en Decatlón a comienzos de verano? Yo, siempre bastante rata, quería unas de quince euros pero Pilar me obligó a comprar las de treinta. El caso es una vez probadas tengo que decir que a ratos me duelen como si hubieran costado quince.
¿Por qué no te pones, entonces, las zapatillas? Preguntaréis.
Con las botas el pie va más sujeto y puede evitarte torcerte un tobillo. Nada me disgustaría más que estropearles la excursión a los compañeros convirtiéndome en una variante masculina y de superficie de la espeleóloga belga atrapada en la sima. Además las suelas de las botas son más dura y aguantan mejor las muchas piedras picudas que se me van a ir clavando por debajo durante las nueve horas si llevo las zapatillas.
Decía Cioran que cuando tenía dos posibilidades y escogía una siempre le quedaba el dolor de no haber escogido la otra. Es un sentimiento de masoquista, que en mi familia sentimos desde mucho tiempo antes de leérselo al amigo rumano de Savater.
Pero los problemas no se acaban ahí. ¿Cuanta agua creéis que debo llevar? Dicen que no hay fuentes en el camino y de las lagunas no puedes beber porque hay mucho ganado y las contaminan. ¿Cuanta necesitaré? Si hace mucho calor seguro que bebo más. Pero no sé cuanto calor hará. ¿Serán mucho peso dos litros? La marcha va a durar todo el día. ¿Será poca cantidad? No quiero pasar sed pero tampoco quiero cargar de más. Es distinto caminar sin peso que caminar con carga, eso lo sabe cualquiera ¿qué debo hacer? Me gustaría que existiera un experto o algo escrito sobre el asunto y tras seguirlo a pies juntillas descargar luego la responsabilidad del error cometido en él, porque tengo la sensación de que me equivocaré.
Marcos, serénate, no pasa nada. Imagina que llevas poca agua. ¿Acaso es tan grave pasar un poco de sed? ¡qué exagerado eres!
Para vosotros las cosas son muy fáciles porque no tenéis imaginación.
Imaginad que me he torcido un tobillo y que avanzo lentamente apoyado en los hombros de dos de mis compañeros varones. El recorrido de vuelta por este percance, del que no puedo por menos que sentirme culpable ¡malditas zapatillas! se alarga al doble de lo previsto en un primer momento. Los “aies” de dolor que suelto cada cuatro pasos me secan la boca y no tengo ni un trago de agua con el que mojarme los labios. Alguien del grupo me ofrece de la suya, alguien que ha sabido racionarla con más inteligencia que yo y aún le queda una poca. Al remordimiento por haberles amargado la excursión (“te debías haber traído las botas”, me dijo hace un rato el mismo que ahora me ofrece un trago) tengo que sumarle ahora el reparo de beberme el agua de otro, el agua con la que yo no quise cargar por vagancia y temor al sobrepeso.
¡Dios, qué dolor!
Durante la siesta se me aparece Freud en sueños. Tiene un aspecto un poco distinto del que le conozco por las fotos. No sé si es debido a que estoy durmiendo y esto distorsiona mi percepción o a que aquellos retratos no le hacían justicia, pero es él, no me cabe duda, es el “rey de las motivaciones ocultas” que desde los pies de mi cama me llama por mi nombre y descubre lo que me pasa.
“Marcos, no te engañes. Los miedos que nombras son mentira, no es la sed lo que te asusta, ni las ampollas. Quieres buscar razones objetivas al único temor verdadero que angustia a tu corazón. No has comenzado aún la cuenta atrás, pero sabes que tus vacaciones se acaban. Eres consciente, aunque inconscientemente, enigmas del subconsciente, de que estos días de ocio placentero tocan a su fin. Olvídalo. Disfruta lo que puedas en la sierra y olvida por un día el único mal real que amenaza tu felicidad”.
Y mientras su imagen se evapora en la oscuridad escucho sus últimas palabras, un tanto desconcertantes para mí: “Recuerdos de Jung”.
¿Por qué me mandará Jung recuerdos si lo único que conozco de él es su nombre?
Mi tía Cruz, Crucita, cuando en nochevieja salió Sabrina meneando las tetas, se quitó la camisa y ante el pasmo de la concurrencia, báiló en sujetador alrededor del pavo, para demostrar que ella también las tenía muy grandes.
ResponderEliminarTe sigo desde que comenzaste el blog, me divierto mucho. Creo que a veces no eres sincero. De una vez por todas métete a JE, experimetarás nuevas sensaciones, y te favorecerá, te lo digo yo, que te quiero bien. Ya sé que esto no viene a cuento pero tenía que decírtelo alguna vez. Saludos.
ResponderEliminarMi dilatada experiencia en los 100 km/24h te pocría haber ayudado en algo. Pero tus ganas de sufrir son irrefrenables: pides consejo sin tiempo material para que te lo den.
ResponderEliminarAsí que sólo desearte que finalmente te escasease el agua y que las ampollas en los pies te hicieran olvidar si debiste llevar zapatillas o botas. Sarna con gusto apenas pica (pero algo sí).
Y la tortilla de patata con cebolla (eterno debate hispano).
Hacen al caso dos anécdotas de la consulta:
ResponderEliminar1.- Estando de guardia en el hospital recibo un paciente enviado por su médico que escribe textualmente "tras marcha presenta mareo..."
Interrogo al paciente y resulta que ha estado de juerga dos dias seguidos sin dormir y bebiendo y está mareado. Su médico dice que ha estado “de marcha” pero olvida indicar que “se ha cogido un pedo”.
2.- Al centro de salud viene un paciente de unos 50 años, sin cita, y me lo pasan como urgente porque "se me han escaldado los pies"
Interrogo al paciente y ningún líquido hirviendo ha caído sobre sus pies. Este paciente sí ha estado caminando mucho tiempo y resulta que tiene los pies irritados por el sudor. No dejo de sorprenderme de que a su edad nunca se le hayan “cocido” los pies y que necesite urgentemente mi opinión profesional sobre cuándo ha de cambiarse de calcetines y cuándo debe usar agua y jabón en su higiene personal.
Elías,
ResponderEliminarY el que tenía una resaca monumental ¿qué quería? ¿que le dieras la baja? Seguramente tenía miedo de haberse pasado en los excesos y de haber causado algún daño que debía tratarse.
Aunque tengas la dirección del senderista que se "coció" los pies no me la mandes. Ya tengo por aquí yo compañeros de fatigas (nunca mejor dicho) más experimentados.