Los alumnos jugando a las cartas y mi suegra.
A veces, por la razón que
sea -una huelga, una excursión- hay pocos
alumnos en clase y les dejo que charlen y se muevan con libertad por el aula. Pero
no les permito asomarse a las ventanas, pues daría mala impresión que los vieran
desde fuera, en la escuela y ociosos.
De la misma manera, en la
asignatura de alternativa a la religión, me resisto a dejarlos jugar a las
cartas. Al final les digo la verdad. “No es una actividad propia de la escuela,
y además, me fastidiaría que en algún momento entrara el jefe de estudios o el
director y vieran que os permito lo que no debo permitiros.”
Y mi suegra ¿qué pinta en
todo esto?
Cuando faltaban pocos
días para casarme con su hija, a la pobrecílla lo que le preocupaba no era que
pasáramos las noches en la casa que ya teníamos alquilada sino el que la gente lo
supiera.
Yo me quejaba entonces: ¿Pero
qué es lo importante? ¿Que se hagan cosas mal o el que se sepa?
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