El muerto al hoyo y el vivo al bollo.
En otros tiempos valoraba esta frase tan fea como una muestra de cinismo.
Hoy me parece una constatación triste de lo que pasa en la práctica. Pecado de vida. No estoy hablando de la muerte de un hijo, que no puedo siquiera
imaginar, ni de la muerte repentina de un ser muy cercano. Hablo de la muerte
de los otros.
Hoy hemos enterrado a mi cuñado en Almería. En el último mes
le descubrieron metástasis, en el cerebro, de un cáncer de pulmón que
arrastraba desde hacía dos años. La familia de mi mujer, que son once hermanos, se ha juntado prácticamente toda en
el funeral. Sentí mucho más la primera noticia sobre el inicio de su
enfermedad, que la llegada de su muerte, que ya nos habían anunciado desde
hacía una semana.
Yo, que tanto lloraba de adolescente y de joven, tengo ahora
un corazón de piedra. Me gustaría sentir mayor desgarro, pero me limito a
constatar racionalmente que nunca más volverá a estar con nosotros. Fría constatación.
Si dejamos a un lado a su mujer y sus hijos, que tenían que
estar recibiendo a todos los que llegaban al velatorio, el encuentro de todos
los familiares no ha sido triste. No digo desde el primer momento, pero con el
paso de las horas, yo diría que ha tenido el mismo alegre jolgorio que otros
encuentros familiares. Desaparece uno de nosotros y todos los demás seguimos
más o menos igual, porque no puede ser de otro modo. Pecado de vida.
Qué extraña es la muerte de alguien. Estaba y ya no está.
Cuesta mucho entenderlo. Mañana volveré a mi rutina y solo aparecerá algún
recuerdo suyo de vez en cuando.
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Antes de que termine de anochecer, con todo el mundo agotado
y recogido en el hostal, algunos aguantaron toda la noche en el velatorio, ando
un rato solo por el paseo marítimo. El sol ya no se ve, pero aún queda luz en
el cielo. Viniendo de la playa del Zapapillo hacia el centro, la montaña se
mete en el mar y se recorta sobre el azul del cielo. Una nubes oscuras hacen
más hermoso el ocaso y se ven las primeras luces eléctricas. Aunque podía no
sorprenderme su belleza, pues conozco este paseo de otras ocasiones, la luz del atardecer presenta una hermosura sobrecogedora. El instante es único y me doy
cuenta de que mi cuñado nunca más vivirá algo así. Él, que paseó por allí
tantas veces, no lo hará más. Es horroroso y al tiempo de una sencillez
extrema. Aunque me gustaría prolongar esos momentos, soy consciente que la luz
durará ya muy poco.
No quiero ni puedo añadir nada más a lo que has escrito que es suficientemente explicativo. Solo dejar constancia de que te leo y de que he pasado por aquí. Hablar de la muerte es siempre difícil. Por supuesto, solo podemos hablar de la muerte de los otros.
ResponderEliminarMuy bueno, Loia.
ResponderEliminarM.A.
Aunque muchas veces no responda los comentarios, os tengo que agradecer que deis testimonio de que existe algún lector. Gracias.
ResponderEliminarLa frase es fea pero real, y opino que es necesario que sea asi. La muerte de una persona cercana y querida no puede paralizar la vida de los demás, hay que evitar que eso ocurra, aunque a veces sea muy difícil, si no lo consigues la muerte es doble.
ResponderEliminarMe gustaría dar un abrazo a la viuda y a sus hijos, si puedes hazlo por nosotros.
Besos desde Santander
MAU
M. ya le he trasmitido por guasap tu pésame a ella. Muchas gracias.
ResponderEliminarM. ya le he trasmitido por guasap tu pésame a ella. Muchas gracias.
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