29 septiembre, 2007

POR QUÉ NO QUIERO QUE MI HIJA SEA PUTA

El otro día, en un blog de aquí al lado, se debatía qué posición habría que adoptar ante la la prostitución.

Aunque todo el mundo con sus matices correspondientes creí entender que los participantes se dividían en “abolicionistas” y “reguladores”. Unos partidarios de luchar por su erradicación y otros de legalizarla y regularla.

Yo creo que soy abolicionista (aun sabiendo que es un objetivo imposible de lograr en su totalidad).

Lo que quiero decir es que a mí la prostitución no me parece un trabajo tan digno como otro cualquiera.
Un amigo me decía una vez que a él lo de “puta” no le parecía un insulto.
Y estoy de acuerdo en parte. No me parece bien que se utilice la palabra despectivamente. Pero querer que no se desprecie a las mujeres que la ejercen no puede convertirse en considerar el hecho de vender tu cuerpo como algo no-degradante.

La película “Princesas” de León de Aranoa parece que el único problema que le ve a la prostitución es que está mal vista socialmente y eso les impide a estas mujeres echarse un novio formal o poder decirle a su familia cuál es su auténtico trabajo. Me parece una simplificación.

Creo que la tradición occidental ha separado de un modo artificial y exagerado los aspectos espiritual y material en el ser humano. Cuerpo y alma son facetas de una misma realidad: la persona. Hoy en día, que la ciencia reclama una visión unitaria del hombre, a la hora de tratar determinados temas sin embargo todo el mundo habla de amor y sexo como si fueran cosas claramente separables y completamente distintas. No podemos –con los científicos- afirmar que “el alma está en el cerebro” y a la vez considerar que tener relaciones sexuales con una mujer es como jugar una partida de ajedrez con ella por internet. El sexo, entendido como deporte es una violencia a la naturaleza de las cosas, y el hecho de que esa violencia esté muy extendida no la hace menos grave, al contrario. Entender la relación sexual como absolutamente separado de la relación entre personas es una abstración posible pero perjucial.
Quiero decir que cuando a un bebe lo acaricias le estás dando “amor”. Afecto y caricia está ligados. ¿Por qué nos empeñamos en disociarlos? Lo que las prostitutas venden no es sexo sino “amor”, sucedáneo de amor, si queréis, pero esa es la idea: conseguir lo más parecido al amor que se pueda encontrar por dinero.

Creo que la prostituta, dando lo más íntimo, obligada a darlo por dinero, sufre una degradación. De algún modo se perjudica a sí misma. Parece que algunas guardan algunos gestos (no besan o no hacen determinadas cosas) para entregar esos gestos únicamente a sus verdaderos amantes. Como si en su gran santuario profanado tuvieran la esperanza (seguramente fundada) de poder preservar un pequeño altar sagrado y sin corromper.

Creo que lo que pienso no queda realmente explicado. Pero esto se hace muy largo y hay que tener piedad con el que lee.

2 comentarios:

  1. Digo que las prostitutas se perjudican.

    Quizás no lleve razón. Quizás es al contrario. Dando tanto por tan poco dinero, ofreciendo lo más íntimo de su persona SÓLO por dinero, quizás sean las más generosas y santas. Dan mucho de ellas por casi nada
    Lo digo en serio, quizás sea así.

    Pero parece que esto no me lo creo. Si lo creyera...¿por qué no iba a querer que mi hija se convirtiera en prostituta?

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  2. Si persona y sexo son separables ¿a cuento de qué tanto escándalo con la violación?

    ¿Es que es, acaso, lo mismo obligar a "hacer el amor" que obligar a jugar una partida de ping-pong?

    El violador no roba "sexo". Profana algo sagrado en la persona. Por eso nos espanta.

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