20 junio, 2007

CAMBIAR EL MUNDO.

Vamos a hacer una cosa. Leed lo que viene a continuación. Luego tenéis que decidir si lo he escrito yo o no. A mí me hace gracia. ¿Será amor de padre? La solución, mañana domingo.




Fíjese que lo que resulta imposible es no cambiar el mundo. Inténtelo usted, inténtelo. Yo, por ejemplo, al escribir este artículo, estoy cambiando el mundo. Tengo una taza de té aquí a mi lado. Me la tomo. Ya no hay té en la taza. He cambiado el mundo.

Pero a lo mejor es que yo no entiendo bien en qué consiste eso de «cambiar el mundo». Vamos a ver. No seamos ceporros. No seamos literales. Yo oigo a mi alrededor que hay algunos escritores que escriben «para cambiar el mundo».

Ah, ya. Entre la línea anterior y ésta han pasado unos cuarenta minutos. He hecho un par de llamadas de teléfono. Ya, ya, ya. Me explican que «cambiar el mundo» significa luchar contra la injusticia. A uno de mis interlocutores le he preguntado que a qué injusticia se refería, ¡y me ha colgado el teléfono! A otro le he recitado aquello de Walt Whitman de «no veo ni una sola imperfección en todo el universo» y me ha dicho que yo era un fascista y un reaccionario. Le he contestado que los fascistas veían imperfecciones en todas partes y querían cambiar miles de cosas. Y luego, ingenuo de mí, me he atrevido a preguntar, ¿tiene algo que ver con el fascismo, eso de cambiar el mundo? Y otra vez me han colgado.

Menos mal que mi amiga Carmela, que estuvo en la Liga Comunista Revolucionaria hace años, me ha aclarado un poco las cosas. Resulta que «cambiar el mundo» quiere decir luchar contra la injusticia, y que los que quieren cambiar el mundo son los escritores «comprometidos». Luego me ha preguntado que si yo estaba comprometido también.

Le he dicho que estaba casado (hacía tiempo que no hablábamos) pero al parecer no se refería a eso. Me dice que para cambiar el mundo hay que estar comprometido con una causa. Que el mundo «no está bien hecho», me ha dicho, y me lo ha repetido varias veces. Le he preguntado que si estaba deprimida, que si tenía algún problema, y me ha gritado que no entendía nada, que «cambiar el mundo» quería decir cambiar el orden existente, lograr que los pobres dejaran de ser pobres y que se terminaran las injusticias y las desigualdades.
Le he contestado, un poco atemorizado por sus estallidos de ira, que yo siempre había pensado que lograr que los pobres dejaran de ser pobres era trabajo de los políticos. En cuanto a las injusticias, yo siempre había pensado que era la ley la que se ocupaba de eso. ¿Y dónde no hay ley?, me ha preguntado furiosa mi amiga Carmela. Pues no sé, he dicho. ¿Es que no sabes que hay países donde hay esclavos?, me dice. Claro que sí, le he dicho, pero contra esos abusos hay que tomar medidas, no escribir libros «comprometidos». Claro, me dice ella, pero hay que denunciar. Pero ¿para eso no están los periódicos, le digo, que los leen millones de lectores, muchos más que los que leen una novela? Zas. También ella me ha colgado.

Yo debo de ser muy bruto, pero eso de «cambiar el mundo» no consigue entrarme en la mollera. A lo mejor lo que tendría que cambiar es precisamente mi mollera. A lo mejor «cambiar el mundo» quiere decir cambiarse a sí mismo. ¿Acaso yo no soy parte del mundo? Si me cambio a mí mismo, cambio el mundo. De vuelta del teléfono otra vez. Que no, que no lo pillo. Que eso de «cambiarse a sí mismo» es misticismo. Que lo que pasa es que yo no quiero que cambie nada.

¿Será eso cierto? Es verdad que cuando escribo lo que deseo hacer no es, en principio, «cambiar» nada, sino más bien comprender. Lograr un mirador elevado, un punto de calma, desde el que pueda ver el mundo, entender este torbellino. Ya que, ¿cómo se puede cambiar lo que no se puede comprender? Esos que quieren «cambiar el mundo» creen tener la explicación total y coherente del mundo. Pero esas explicaciones suelen ser parciales y limitadas y a menudo conducen a grandes desastres.

Hay un verso de Rilke que dice: «Aspira a la transformación». Antes de cambiar el mundo hay que comprenderlo. Nada puede cambiar si no cambia el nivel de conciencia. Aspira a la transformación. Magnífica es la lucha de los activistas, la de los que tienen el poder y pueden, verdaderamente, cambiar las cosas, y la de esos seres valerosos, médicos, misioneros, voluntarios, que entran en el infierno para ayudar a los desdichados de esta tierra. Pero el poeta a la pálida luz de su lámpara poetando y el místico encerrado en su cueva meditando no están fuera del mundo, sino que son parte del mundo y lo están transformando también.

5 comentarios:

  1. Cambiarse a sí mismo, es el primer paso para intentar cambiar aquellas cosas del mundo por las que nos estamos todos los día lamentando.

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  2. Perdón por el retraso pero en la blogosfera hay mucho Blog.

    Lo que yo creo es que el PP no tiene legitimidad moral para denunciar la negociación (aunque obviamente sí tiene legitimidad política en forma de parlamentarios) y precisamente por ello FS y RD son utilizados para dar “altura moral” a su argumentario antiterrorista.

    Pienso que el PP, que tanto rédito sacó desde el Gobierno aireando su política antiterrorista (lo que les llevó incluso a pensar que si ETA estaba detrás del 11M ganarían las elecciones), decidió seguir con la misma estrategia desde que Zapatero pisó La Moncloa.

    En sentido estricto, el Presidente del Gobierno, sólo ha cambiado su política antiterrorista en 2007, ya que, previamente, siguió siempre la misma: negociar con los terroristas dentro de los límites de la ley. Cuando Zapatero estuvo en la oposición no cambió ninguna política ya que no gobernaba.

    Si hacemos caso al CIS, la mayoría de los españoles estaban de acuerdo en que se negociase el las condiciones de la resolución del Congreso. La mayoría pensaba que merecía la pena arriesgarse. La realidad incontestable es que el proceso ha fracasado.
    Quizá la solución sea jurar sobre las tablas de la ley que no se volverá a negociar. Hasta que se haga de nuevo.

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  3. El texto es de Andrés Ibañez que escribe en el ABC Cultural de los sábados.

    Me gustaría haberlo escrito a mí.

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  4. Pues fijate, yo hubiera jurado que era tuyo.

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  5. me enorgullece que digas eso, matilde. Las palabras que aparecen en el artículo las conozco todas. También utiliza frases cortas, como hago yo casi siempre. Pero él lo ha escrito y yo sólo lo he cortado y lo he pegado.

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