06 marzo, 2016

Microrelato de Argimiro el pupitre.

Argimiro era un pupitre. Hasta donde alcanzaban sus recuerdos siempre había sido así: una mesa de instituto. Disfrutaba cuando los alumnos lo usaban. No podía verlos, ni oírlos, ni olerlos, pero sentía la fuerza de su peso cuando colocaban sus manos sobre él y apoyaban sus libros. Argimiro sufría cuando algún estudiante dibujaban directamente sobre el tablero. No es que le molestara estar sucio, le angustiaba saber que más tarde el hombre de la limpieza restregaría una sustancia repugnante una y otra vez hasta dejarlo limpio de nuevo. Hubo un tiempo en el que Argimiro sufrió porque el alumno que le cayó en suerte aquel curso se pasaba las horas haciendo cortes en el canto del tablero. Ignoraba que estaba grabando, letra a letra, su nombre completo, pero estaba seguro que aquellas heridas dejarían en él cicatrices imborrables.

Un día sucedió aquello que Argimiro recordaría toda su vida y lo volvería loco de amor para siempre. La alumna de aquel año, una mujer completa, cuando escribía, apoyaba sus dos grandes pechos sobre la mesa y así los mantenía sobre él durante largo rato. Sintiendo el peso de aquella masa amable, Argimiro se retorcía por dentro de placer sin poder soltar ni un gemido porque aunque los pupitres hablan lo tienen absolutamente prohibido debido al lugar en el que trabajan.


A Argimiro ya no le importaba tener cicatrices en los cantos. Le daba lo mismo las veces  que lo limpiaran con el repugnante líquido limpiador. Incluso aceptaba con resignación que un día, aquella mujer, cambiaría de clase y nunca más volvería a sentirla. Mientras tanto, Argimiro estaba feliz porque aquel curso, todos los días, en alguna de las clases de la mañana, ella se entregaba y él la hacía suya.

2 comentarios:

  1. Cuando lea esto Joselu no se lo que te va a decir...jajaja

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  2. Creo que le gustaría. Ahora que él ya no comenta necesito saber que hay alguien ahí. Gracias.

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