18 febrero, 2016

EL DÍA QUE ESTUVE MÁS CERCA DE LA MUERTE.

La entrevista que le hice a mi padre despertó en él viejos recuerdos.
No le he pedido permiso, pero cuelgo aquí el escrito que nos ha hecho llegar a los hijos y los nietos.

     El día que estuve más cerca de la muerte

Fue durante mis estudios de Bellas Artes en la Escuela Superior de San Fernando, en Madrid. Sería la primavera del año 1945. Yo tenía buena relación con los compañeros de mi curso, pero hice mayor amistad con un alumno que no era de mi curso y al que admiraba por la facilidad que tenía para la pintura.
Había cerca de Sol una cafetería grande donde varios músicos en torno a un piano de cola amenizaban las veladas, interpretando composiciones musicales famosas. Teníamos la costumbre de asistir allí, después de la cena, no sé si los sábados o varios días de la semana.
Mi amigo pasaba a recogerme a casa. En numerosas ocasiones me sentía casi obligado a acompañarlo. Mi madre me decía (suavemente, como siempre) que yo no tenía carácter, por no saber negarme. Él por la tarde había estado con alguna amiguita o algo más, según me contaba, y después venía a por mí. Total, que asistíamos a la velada musical y nos volvíamos a casa tarde, por las calles desiertas. Ya en nuestro barrio nos demorábamos charlando animadamente sentados en algún banco, o mejor dicho, sobre su respaldo.
Y así estábamos una madrugada en la calle Torrijos, cerca de la esquina de Hermosilla, de manera que en la otra acera teníamos su esquina. Cuando de pronto sonó un fuerte estallido seco, como de dos tablas golpeadas bruscamente, y al mismo tiempo, delante de nuestras narices, nos deslumbró un resplandor de fuego. Vimos asustados, al otro lado de la calle, en la esquina de enfrente, a una persona con gabardina, que en ese momento giraba hacia su izquierda y bajaba el brazo derecho, que había tenido estirado. Y además, miraba hacia arriba como disimulando. Yo oí el ruidito metálico del casquillo de la bala rodando en el suelo. Mi amigo y yo nos levantamos ilesos, pero al echarnos rápidamente al suelo le dije en voz baja: “¡nos han disparado a nosotros, a nosotros!”.
Ahora viene lo espeluznante ¿Todavía más? Pues sí. Al empezar a andar, nerviosos, vemos que ya muy cercano, por nuestra misma acera, viene otro tipo con gabardina de cinturón apretado y las manos hundidas en los bolsillos, con sombrero hasta las cejas, que se va acercando con calma. Mi amigo y yo, temerosos, nos cruzamos con él, y al llegar a la primera esquina, corrimos para dar la vuelta a la manzana, pero equivocadamente, porque él también la había dado. Y ahora está en la acera contraria a la nuestra, delante de un escaparate totalmente oscuro, apagado. Nosotros nos volvimos hacia atrás. En ese momento yo pensé que podíamos recibir un disparo por la espalda, y para decirle a mi amigo que debíamos encomendarnos a Dios, se me ocurre estúpidamente disfrazar mi consejo con literatura: “Acuérdate de la Virgen, porque te vas a morir” (versos del Romancero gitano, de Lorca).
He pensado después, muchas veces, que el que nos disparó era un asesino a sueldo al que le habían encargado la faena los enemigos del Régimen franquista. En esos días estaban los tanques soviéticos entrando en Berlín, contra Hitler (que tenía las simpatías del Régimen), y yo estaba precisamente comentando esto con mi amigo. A mi juicio, poner ante el Régimen un muerto o dos en Madrid, en esos momentos históricos tan cruciales, era como advertir que había llegado ya el principio de su final…
Lo que yo quiero dejar escrito ahora, para mis hijos y nietos, es que cada vez que recuerdo esta terrible escena, a pesar del tiempo transcurrido, le doy gracias a Dios con toda mi alma, y me gustaría que hicierais lo mismo vosotros. La Providencia me protegió en aquella extraña circunstancia, inolvidable para mí. Pude salvar milagrosamente la vida. Y, por ello mismo, vosotros habéis podido encontrar la vuestra en este mundo. Mi deseo es que tengáis siempre la esperanza en la otra VIDA, con Dios, como así mismo la tengo yo, ahora que me siento cercano a su umbral…

Recibid un cariñoso abrazo de vuestro padre y abuelo.


1 comentario:

  1. Esta anécdota ya me la había contado otras veces. Creo que la anécdota es verdad pero la explicación que él da de los tiros me parece poco creíble. Supongo que fueron tiros y no unos petardos pero no termino de entender la finalidad. ¿Matar a dos estudiantes cualquiera en Madrid? ¿Por qué no lo hicieron entonces? ¿Porque fallaron unos primeros disparos? ¿Por qué no lo hicieron la noche siguiente con otros cualesquiera?

    Quizás existiera otra explicación para aquel suceso tan extraño que mi padre nunca llegó a entender.

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