21 octubre, 2015

Otro gato que tampoco...

Todos en casa especulamos sobre “la personalidad” diferente de los dos gatos. Pese a su nombre de ansiolítico, Zepán es mucho menos tranquilo que Conejito. Zepán es juguetón, inquieto y muy ágil. Es lógico, tiene seis meses. Se sabe porque acaba de cambiar sus dientes de leche por los definitivos. A su agilidad le ayuda su poco peso. Un inglés diría que Conejito esta “a bit overweith”. Un español no se andaría con diplomacias. Está gordo.
Y eso que Zepán come con ansia. Suponemos que es una costumbre de sus primeros meses de vida, en los que debió pasar hambre de verdad, si juzgamos por su delgadez cuando lo encontramos. Mientras Conejito mira con perplejidad la rapidez con la que el pequeño se abalanza sobre el plato y su vehemencia para comer, yo imagino un diálogo entre ambos.
El primero dice “¿para qué tantas prisas, muchacho?”. El segundo responde como los abuelos de antes. “Si tú hubieras vivido la guerra…”

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Hace dos días esterilizamos a Zepan. ¿Mejor decir capamos? ¿Castramos? Las palabras tienen connotaciones. Esterilizar suena más médico y aséptico. Capar evoca lo que les hacen a los cerdos; sin anestesia, según me cuentan. Ningún dueño quiere pensar en la mutilación de su mascota de ese modo. 


“He tenido tres maestros Zen, todos gatos” decía alguien. ¿Estarían capados? Los gatos budistas lo tienen más fácil. El deseo se lo quita un veterinario con un bisturí. Quedan las ganas de comer y de dormir. Pecata minuta. 

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