Gato no. Gatos.
El gato nuevo lo encontramos en el río, en una zona de baño.
No hay casas cercanas y claramente parecía abandonado. Está en los huesos. Mi
mujer se acercó, él se dejó coger y ella no tardo ni un minuto en decidir que
nos los llevábamos. El veterinario considera que tiene cuatro meses. Le hemos
puesto de nombre Zepám. Es una pena que el primero sea ya “conejito” y no sea
una gata. “Lora” y “Zepám” harían una excelente pareja.
Se lo cuento a una amiga (que no entiende que quiero usarlos
como ansiolítico) y me propone “Ibu” y “Profeno”.
La aparición de segundo gato ha modificado las ideas que
teníamos de primero. Ahora este nos parece demasiado grande, casi gordo. Sus
movimientos son muy lentos comparados con el nervio y la energía que tiene el
pequeño. Y el interés que muestra por nosotros
Zepám es enorme (ronronea siempre que lo coges), al tiempo que el de Conejito
ha disminuido con los meses.
Se llevan bien. Se revuelcan por el suelo peleando entre
ellos sin emitir ningún aullido, lo que indica que no se hacen daño.
El otro día, el pequeño estaba sentado en una banqueta
dentro de la cocina, donde no los dejamos entrar. Un descuido había hecho que
la puerta se quedara abierta y desde fuera lo miraba el grande sin atreverse a
entrar él y como diciendo “Esta juventud no respeta nada”.
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