04 julio, 2015

En Arenas con el gato.

He leído Lo que aprendemos de los gatos de Paloma Díaz-Mas.

La referencia la encontré en Jot Down. Me ha gustado y supongo que le gustará a mi mujer. También leí una crítica en Internet que decía que solo gustaría a los que tuvieran gato. No pienso así. Pero tampoco puedo juzgar con mucha objetividad.

Hemos venido a Arenas. Vamos a pasar aquí unos días, antes de que el día nueve la casa la ocupen una familia de franceses, amigos de unos amigos, que nos han alquilado el chalet por quince o veinte días. Hemos traído al gato por primera vez. El pobre tiene mucho trabajo. Una persona entra por primera vez en una habitación y en unos momentos puede ver lo que hay: varios sofás, una mesa con seis sillas, una TV, unas cortinas… Un gato tiene que oler cada palmo del terreno. Muchas veces se demora un rato oliendo el quicio de una puerta, una baldosa, la pata de una silla… Tiene muchísimo trabajo, trabajo que un ser humano no puede entender. Durante el día está temeroso. Se esconde bajo un sofá, apenas sale de su escondite y cuando lo hace anda de un modo particular: un poco agachado, más sigiloso que de costumbre. Por la noche pierde el miedo y cobra vida. Lo he acompañado hasta el jardín, no le quiero dejar solo fuera, tengo miedo de que se vaya y no vuelva.

Por lo demás, hoy me he dado en la piscina de la zona común mi primer baño. Eran las nueve y media y estaba vacía. A Arenas solo venimos de vacaciones y para nosotros es el paraíso. He entrado en el agua y me he colocado flotando sobre la espalda, como suelo hacer. He vuelto a ver el cielo de Arenas desde el agua fresca de la piscina. Son muchos veranos mirando, mientras floto, ese mismo azul puro y he recordado lo que escribí hace años. Y he recordado el último baño que me di aquí a finales del agosto pasado. Y me acuerdo que ya son varios veranos los que cuando va a empezar el curso y nos vamos a marchar me pregunto si volveré. ¿Estarán al año que viene mis padres en condiciones de que yo pase mis vacaciones en Arenas? ¿Vivirán mis padres? ¿Qué tremendos cambios pueden haberse producido en mi vida en un año? ¿Viviré el verano que viene?

Me he acordado de todo eso y aquí estoy de nuevo un año más. Un día como hoy no puedo entender cómo nos quejamos de la vida. Estoy vivo y disfruto de vivir. Aunque dos meses de vacaciones por delante producen felicidad a cualquiera.


Es noche cerrada cuando escribo. El hecho de que esté feliz no significa que no existan pequeños sinsabores. He oído hace unos minutos que el gato arañaba el arenero. Voy a tener que ir a limpiarlo. Mi olfato no es tan fino como el suyo pero tengo la seguridad de que no es solo pis lo que ha hecho.

1 comentario:

  1. Un texto hermos sobre la fragilidad de la vida, sobre lo efímera que es la felicidad que se sustenta en lo inmaterial (aunque lo material no le es ajeno, por supuesto). Dos meses por delante, el cielo por encima de tu vista, ¿qué más se puede pedir? Todo es perfecto a las doce en el reloj como escribió Jorge Guillén.

    Yo tengo momentos así, de reconocimiento de los dones de la vida. El otro día, una vez terminada mi lectura de El astillero de Onetti me sentí pleno, por haberme concentrado en una lectura tan densa y a la vez por haber completado el libro antes de la tertulia que tendré el domingo que viene. Algo tan simple como eso me llenaba de felicidad. Me produce felicidad imaginar la ruta senderista que voy a hacer a final de mes y comienzos de agosto. Mi felicidad va unida siempre a un estímulo de orden intelectual. Soy muy cerebral. No me basta decir soy feliz, me hace falta la reflexión metafísica, como has hecho tú en tu bello escrito, de sentir la plenitud de ser, al margen del referéndum de Grecia y de los campos de refugiados que hay en el mundo. Siempre tiene uno que olvidar para centrarse en su propia felicidad, un sentimiento de reconocimiento y de olvido de lo feo, de lo que está fuera. La felicidad es como una burbuja en que nos sentimos protegidos en el instante dichoso de estar en el presente sobre el que no deja de pender la amenaza de que eso pueda dejar de ser: tu propia vida, la de tus padres. Son efímerasa. Solo el presente rodeado por el miedo y la amenaza. Dudo que la felicidad pueda existir como tal sin ese temblor de pérdida que lo rodea. No sé si los dioses pueden ser felices. Sobre ellos no está la muerte, la decadencia, la enfermedad, la vejez... Es dichoso ser hombre y poder extenderse sobre el agua quieta de la piscina y sentir el universo protegiéndote (de momento).

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