14 abril, 2015

Un video blog de ajedrez.

¡Qué bonito es el ajedrez! Me gusta porque nos libera de las miserias de la vida. Nos saca del tiempo (como todo juego) y nos lleva a un mundo de reglas claras y precisas donde somos eternos –al menos mientras dura la partida. :) Un mundo en el que hay que pelear, como en la vida, pero en el que todo está controlado. Es únicamente tu inteligencia y lo que sepas contra la de otro y lo que él haya aprendido. Sin casualidades, sin factores externos, sin reglas ambiguas ni complejísimos matices emocionales. Todo sobre un tablero de ocho por ocho y al final el amargo dolor de la derrota merecida –la muerte del yo- o la exultante alegría de la victoria. (Sí, ya sé, también están las tablas)

Jugué varios años en internet partidas breves, cinco o diez minutos cada jugador. Era un relajante descanso de la difícil realidad pero me causaba conflictos familiares cuando me negaba a atender las interrupciones de mi esposa o mis hijos. Atenderlas suponía la derrota. Y yo enlazaba una partida tras otra sin parar, y sus peticiones siempre llegaban en el momento más decisivo.

¡Cuánta felicidad producen los juegos! Y si es un juego con prestigio intelectual hasta parece que estás haciendo algo serio y puedes presumir. Ya sabéis lo que me gusta presumir.

Toda esta introducción es para enlazar una sección nueva de El País. Son videos de pocos minutos comentando partidas breves o jugadas maestras. Leontxo García las explica divinamente y da gusto meterse en ese mundo del cálculo por unos minutos y poder soñar que la vida fuera sencilla y tan bella como esas jugadas precisas, contundentes y decisivas que este experto comenta tan bien. 

La entrada que enlazo es una partida muy corta pero muy bonita. Y magníficamente explicada.

1 comentario:

  1. Hace más de veinticinco años era un jugador habitual de ajedrez. Nunca fui bueno, pero dediqué muchas horas con mis dos compañeros de masía a jugar para ver quién bajaba a ordeñar a las cabras que teníamos. No he jugado en internet nunca. Quiero ver la cara de mi oponente. Nunca sabes contra quién juegas en la red y eso es mosqueante. Desde que lo dejé no he vuelto a ello, ni he enseñado a jugar a mis hijas. Mi padre era muy bueno, y en una ocasión en los años cuarenta logró ganar una partida al campeón del mundo, el ruso Mijail Alekhine. No es chufla. Era terriblemente intuitivo y no leyó un libro de ajedrez en su vida. Yo no heredé esa pasión ni esa brillantez. Entiendo que es un juego absorbente y magnético. Pero no sé por qué no dedicaría mucho tiempo ahora a ello. Tal vez me falte ese tiempo o los contrincantes que tuve en otro tiempo con mis compañeros circunstanciales.

    Lo que sí que es cierto es que el estilo de juego nos refleja psicológicamente. Cuando se enfrentan dos contrincantes lo hacen dos inteligencias y dos psicologías, por eso los grandes campeones se detestan tanto en sus finales a tumba abierta.

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