27 marzo, 2015

Sin nostalgia por vivir.

Creo que muchos nos identificamos con un texto que colguéaquí. El gran problema de nuestra época es la nostalgia por vivir.

Sin embargo, hoy quería nombrar los momentos en que yo vivo y me siento vivir.

Cuando estoy en la caravana, como ahora mismo, con mi mujer. En este caso en el Valle del Jerte. Nunca, nunca -dejémoslo en casi nunca- siento nostalgia por vivir.

Cuando paseo por el monte en Arenas de San Pedro. Solo o acompañado de alguien, pero normalmente solo.

Cuando doy algunas clases y se crea una embriagadora sintonía con los alumnos.

Cuando consigo hacer reír durante un rato a un grupo de compañeros. De repente las musas me inspiran y voy hilvanando una broma tras otra en interacción con ellos. Algunas se me ocurren en el momento, pero otros son chascarrillos que conozco y que coloco en el momento justo.

Cuando viajo con mi mujer y mis hijos. Estos viajes son muy escasos, pero cuando se logran son hermosos.

Con tiempo primaveral en el parque de los jesuitas, corrigiendo y viendo pasar muchachas hermosas, con sus primeras ropas veraniegas.

En una biblioteca, viernes por la tarde, con el descanso por delante, mirando libros aquí y allá. Distraído.


Y quiero repetirlo: con mi mujer, en la caravana, en cualquier sitio. Juntos, olvidados de los hijos, los padres y el trabajo, aunque prepare algo para las clases o arregle asuntos de mis padres por teléfono. Juntos, sin discutir, -aquí solo hemos discutido una vez- con toda la vida por delante y olvidados de que en algún momento el fin de semana terminará.

1 comentario:

  1. Estoy terminado el primer Diario de Iñaki Uriarte. No creo que lea el segundo. Es interesante pero tanto yoísmo de hombre con gato y estancias en Benidorm, sin trabajar en la vida, y sus lecturas terminan por saturar al lector. Lo que no quiero decir que haya sido una lectura poco edificante. Me ha hecho ver que por interesante que crea ser uno, exponerse a la exhibición continua termina por resultar cansino. Hay otros escritores que huyen del yo. Este Uriarte me recuerda al marqués de Bradomín en la Sonata de Estío. "A un lado yo, al otro los demás". Un ejercicio de narcisismo llevado con gracia hasta las últimas consecuencias. Hay libro que me pesa haber empezado pero no me pasa con este. Lo leo en un hotel de Granada durante la siesta. Y leo tu diario también que tiene como referencia lejana a Uriarte. Tu mismidad. Vas describiendo tu vida. Tienes también un gato. Pero tú estás casado, tienes hijos y trabajas. Y no sé si vas a Benidorm o tienes otras preferencias. Hablas de Arenas de Sampedro, del valle del Jerte, por lo que presupongo que debes rondar por Extremadura, tierra que no ha dado filósofos que yo sepa. Hay una categoría social y estética que es la del extremeño, igual que la hay del vasco, y del catalán (a esta la sufro yo: piensan que os están manteniendo). Paso tres días en Andalucía. He visto más vida y alegría y música en Granada que en mucho tiempo en Cataluña. Los catalanes chirrían porque creen que son ellos los que pagan esta alegría y este estilo de vida de los andaluces. Tal vez razón no les falta. No sé. Por lo que cuentas eres un hombre que tiene su sentido del humor (yo no, o es tan raro que no lo entiende nadie por lo que no debe ser muy gracioso) y cuentas chascarrillos y la gente se ríe. Eres gracioso. Tu diario es gracioso. Muy exhibicionista, pero gracioso. Voy sabiendo de ti, de tu familia, de la residencia, de tu trabajo. Un profesor de filosofía creyente. Interesante. Mi hermana también dice que hay algo que no se puede explicar más grande que nosotros. Hoy ha ido a una misa de los kikos en Granada y se ha emocionado. Yo la miro con benevolencia. Yo nunca he sido capaz de creer demasiado en nada. Es una desventura tal vez. Nunca hubiera reunido a una docena de amigos para celebrar mi cumpleaños. Soy bastante asocial. Pero llevo una vida familiar normal. Parezco hasta normal. Me divierten tus reflexiones sobre el día a día. Tu salero es probablemente extremeño. Eso de patatas pochas debe ser un plato extremeño. La extremeñidad. Solo he estado una vez en Extremadura. Estuve en Cáceres, Zafra, Plasencia, Jerez de los Caballeros (me pareció siniestro y salí huyendo y no precisamente por el síndrome Stendhal), pero entonces padecía depresión que disimulaba con alcohol. Tu aventura diarística merecería más difusión pero los personajes singulares que no sean capaces de venderse no alcanzan demasiada. Uriarte tiene cuatro o cinco tics que lo hacen interesante. Eso de vasco nacido en Nueva York, que no ha trabajado en su vida, que se la pela todos los días, que habla de las chicas guapas y jóvenes, que se va a Benidorm, que lee mucho y ejerce de crítico literario pero no de opinión da mucho juego. Pero tú también tienes un qué. Sigue. Yo te leo.

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