Una salida de pata de banco.
Habéis sido invitados a una boda religiosa. Este adjetivo,
religiosa, merece un subrayado porque los novios que se casan no son católicos
practicantes convencionales sino que pertenecen a una comunidad cristiana,
dentro de una parroquia, en la que se reúnen con mucha asiduidad para rezar y
convivir con los hermanos y todos dentro de ese grupo, le dan a la religión una
importancia capital.
La ceremonia, que se celebra en la catedral, es presidida,
nada menos, que por tres sacerdotes y todos conocen bien a los novios. Dos de ellos
fueron catequistas de la novia en sus años de adolescente y el tercero, es el actual
presbítero de la comunidad. El padre de la novia, también hermano de la
comunidad, comienza la eucaristía haciendo una monición inicial en la que
predica que Jesús ha resucitado y explica el sentido que para un cristiano tiene
el matrimonio. En cualquier boda hay familiares y amigos, en ésta, además, hay un
numeroso grupo que son los hermanos de esa comunidad mencionada. Por esa razón,
participan mucho, pues se saben todos los rezos y los cantos y a la hora de
comulgar sorprende la cantidad de gente que lo hace.
Alguien podría pensar que la parte religiosa termina con la
eucaristía. Se equivoca, ya en el restaurante, antes de empezar la comida uno
de los curas hace el único brindis religioso que he visto en mi vida. Todo el
mundo con una copa en la mano escucha como el sacerdote pide a Dios por los
novios y en un híbrido entre oración y brindis invita a brindar por la
felicidad de la pareja.
El cura se ha dirigido a todo el salón, ciento cincuenta
personas, a través de un pequeño megáfono. Antes de que la gente se haya
sentado, una tía de la novia pide el megáfono y hace su particular brindis. En
él se arroga la representación de la familia, e invita a brindar “por lo pagano”.
Dice algo sobre la felicidad de los novios y sus buenos deseos y repite, por si
no había quedado claro, una segunda vez, que ella quiere hacer un brindis “pagano”.
No miré las caras de los novios, ni las de los padres, ni las
de los invitados, estaba tan estupefacto que fui incapaz de nada durante unos
minutos.
Asiste a la boda religiosa de una sobrina y en el momento solemne
del brindis quiere hacer patente que ella es atea y que no participa del
sentido que los novios le dan a aquel acto. Un modelo de saber estar, si me
permitís la ironía.
Si en el banquete de su propia boda, que fue por lo civil,
alguien hubiera querido hacer una oración pública por los novios lo hubiera
considerado una intromisión inaceptable.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia con
la reciente boda de mi sobrina.
(Hermanita, maja, te pasaste tres pueblos).
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