04 julio, 2014

INOLVIDADA LINA

Mi padre escribe, de vez en cuando, recuerdos de su vida. Hoy traigo aquí una de las cosas que me leyó últimamente. 


No sé si su apellido era De la Torre, vivían en la prolongación de la calle Concepción. Era la amiga, entonces, de Leonor Gómez. Las dos conocidas del Instituto Francés que “habían puesto los ojos en mí”.

Me parecía que su nombre estaba de moda porque lo llevaban algunas artistas de cine. Ella y Leonor estaban en la foto del Instituto, la de las escaleras, que perdí y nunca volvería a ver. Ya he contado en el capítulo de Leonor que Lina nos acompañaba en nuestros primeros días de relación. Cuando aquello se terminó no volví a hablar con Lina (y no me lo explico). Ahora me parece que era más sensata e interesante que su amiga. Pero tampoco se pasó por mi cabeza recurrir a ella a falta de la otra. Me gustaría poder describirla, quizá  tenía uno o dos años menos que yo pero más alta; había dado el estirón de la adolescencia. Fea no era, su cara sencilla, clara, escueta de líneas como su cuerpo, su vestido claro. Me llega su voz más por lo que dice que por lo que suena. Con ella tuve dos encuentros y en los dos llevaba ella la voz cantante. Un verano mi hermano Alberto, que estaba interno, para Paul, en su colegio de Limpias (Santander) volvió a casa porque durante la guerra cerraron ese Colegio y pasó quizá unos meses en casa. Y una tarde fuimos los dos a Punta Umbría en la “Maria Luisa”, la canoa que hacía el viaje por la ría. Las familias acomodadas tenían chalet en “Punta” y allí estaba Lina. Intento de nuevo recordar su cara, piel de marfil, melenita airosa con flequillo, de puntas rizaditas. Estábamos Alberto y yo en el embarcadero para volver a Huelva y de pronto se nos acercó Lina a saludarnos y lo hacía con soltura, con alegría, con cordialidad llevando la iniciativa en la conversación. Y mi hermano y yo respondíamos como podíamos para estar a la altura de la situación (y no ponernos colorados). Yo pensaba tontamente: Parece que su preferencia por mí se extiende también a mi hermano. Pero ya digo que tontamente porque es difícil indagar en los pensamientos de la persona que yo era y en los de ella lo mismo. Pero lo más significativo del encuentro de aquella tarde de verano fue la despedida que nos hizo después de estrechar nuestra mano y esperar a que la canoa se despegara del embarcadero, que era hasta hace pocos años una plataforma separada del muelle con sus escalerillas para entrar en los barcos o canoas. La canoa que tiene la proa apuntando hacia el mar tiene que hacer un amplio giro para dirigirse ría adentro hacia Huelva. Y entonces Lina sacó su pañuelo y lo agitaba rápidamente para despedirnos. Adios, adiós ¿hasta cuando Lina? ¿Hasta hoy? El muello ya lo veíamos nosotros lejano pero allí estaba la mancha blanca de su pañuelo moviéndose nerviosa, al mismo ritmo, sin descanso, incansable. Ha sido la despedida más cordial que he recibido en mi vida.

Vuelvo a evocar su figura, aunque yo no me fijaba en detalles de su cuerpo, pensando más bien en su presencia, el pecho no  debía ser plano porque su figura, su presencia, era airosa, quizá algún ricito caía sobre su frente.

Pues bien, me alegra que aquella despedida no fuera la última. Mis padres y mis hermanos salimos de Huelva hacia Madrid el año 39 recién acabada la guerra, unos meses después, en septiembre. Y en el pequeño círculo de chicos y chicas conocidos enseguida se corrió la voz (así tengo que decirlo) de que yo me iba de Huelva y entre otros que me trataban poco o nada se acercó a saludarme, a despedirme Lina ¿Lina de la Torre sería? ¿Y sabes lo que me dijo? Pues lo que recuerdo claramente es que como “ya sabía yo, Leonor y ella desde que me conocieron en el Instituto Francés quisieron pescarme”. Lo decía como que no me descubría nada nuevo. Y de lo que añadió a continuación no me acuerdo. Supongo que nos daríamos un apretón de manos. A mí no se me pasó por la cabeza pedirle sus señas y darle noticias. Así hice con el poeta Díaz Hierro y con Manolo de la Corte. No significaba más que agradecimiento a la atención que ella había tenido conmigo al despedirse. Aquí tienen que despedirse estas líneas para siempre de Lina, una buena y maja chica de Huelva de aquellos años.

No pensaba yo ni remotamente que aquella segunda despedida no la olvidaría nunca.

Inolvidable Lina, aparecida
al comienzo de nuestra adolescencia.
Más que tu rostro evoco tu presencia
de compañera desapercibida.

Niña espigada, alta y comedida,
que unías el candor a la prudencia.
Expresaste tu amor y tu inocencia
en las palabras de tu despedida.

Aún suenan tus palabras en mi oído
porque a pesar del tiempo transcurrido
yo te siento cercana, dulce amiga.

Que buena chica eras, cuanto siento
no haberme dado cuenta en su momento.
Donde quiera que estés, Dios te bendiga.


2 comentarios:

  1. ¿Por qué inolvidada y no inolvidable?

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  2. Inolvidada significa que no ha sido olvidada. Inolvidable que no puede ser olvidada. El adjetivo lo eligió mi padre. Supongo que quiere destacar que no la ha olvidado, no que fuera inolvidable.

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