09 marzo, 2014

Diez minutos en casa de mis padres.

Vuelvo el domingo por la tarde de pasar el finde con la caravana.
Pasadas las 10, cuando la mujer que los cuida se ha marchado bajo a casa de mis padres. Algunas veces a esa hora mi padre todavía está leyendo algo en el salón antes de irse a dormir. En esta ocasión parece que ya están de retirada. Por la puerta entreabierta del cuarto de baño veo a mi padre desnudo. Ellos no han oído el ruido de la puerta cuando entré con mi llave. Tienen menos oído, sobre todo mi padre, pero es que además creo que los ancianos viven ensimismados, atentos a sus propias cosas y cada vez menos al mundo exterior.  Encuentro a mi madre en su dormitorio, de pie, limpiándose con un palillo los dientes. No se sorprende de que yo esté allí, me explica lo que estaba haciendo y me da un beso de saludo.
Voy al lugar donde la mujer que los atiende guarda el monedero. Hago las cuentas de los últimos tickets que dejó y añado treinta euros. Apunto en el cuaderno donde ella y yo llevamos las cuentas que dispone a partir de mañana (escribo la fecha) de 44 euros. Dentro de dos días volveré por si se ha acabado o para hacer las cuentas.
Desde donde estoy escucho que él le pide ayuda a ella para darse una crema en la espalda. Por lo visto le duele en algún sitio. Mi padre le da indicaciones muy precisas de cómo tiene que hacerlo, que si hacia arriba, que si hacia la derecha. Por lo visto mi madre no lo hace exactamente como mi padre quiere y éste la corrige. Mi madre empieza a rezungar por las quejas de mi padre. Entonces mi padre rectifica y le dice que lo está haciendo bien. Que siga así, que lo hace bien.
Más adelante escucho que mi padre le pregunta a mi madre: “¿Qué buscas?”
Mi padre lo hace con buena intención, se supone para ayudarla en la búsqueda si puede, pero a mi madre la pregunta de mi padre le parece un trabajo más, una más de sus constantes peticiones de ayuda, de las que está harta. Busca sus zapatos, sus propios zapatos, pero además de buscarlos tiene que darle explicaciones a él. Supongo que está cansada del día y desearía estar ya sola con sus pensamientos y sus búsquedas. Siempre tiene algo perdido o siempre está buscando algo.
He terminado con la historia del monedero y me acerco por donde están. Mi padre sale de su habitación, sigue completamente desnudo, mi madre ya le ha advertido de mi presencia. Con tono un poquitín irritado y por todo saludo dice: ¡Qué!
Se acerca hacía mí tapándose los genitales con las dos manos. Le explico que bajé por si aún estaban despiertos, para verlos un ratín, pero que ya veo que se están acostando.
Nos damos un beso. “Da dos vueltas a la llave al salir.” Me dice.
No me despido de mi madre. Me parece que he invadido la intimidad de su noche y tengo ya ganas de salir de su casa.
Viejos y con achaques siguen juntos viviendo su vida. A mí me parece  una vida bastante triste pero estoy seguro que ellos no quieren morir aún. Siguen haciéndose compañía uno a otro. Riñendo casi siempre pero acompañándose mutuamente. Hace unos días mi madre contaba que aquella mañana antes de levantarse le había estado dando la mano a mi padre desde la otra cama. Ambos en la cama. Él había tenido una pesadilla, pero como no quería levantarse le pidió a mi madre que le diera la mano para no sentirse solo y poder seguir, de ese modo, en el duermevela de la mañana.

“Como un niño”. Decía mi madre.

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