05 enero, 2014

Paseo en la arboleda

Me desperté con pensamientos funestos. La expresión creo q se la he leído a Trapiello y se adecua a mi persona muy bien. Cada cierto tiempo sin saber a cuento de qué, padezco de pensamientos funestos. Ayer tarde salí  de casa con ellos y llegar a Arenas no los hizo desaparecer.

Esta mañana temprano, el paseo al monasterio de S Pedro tuve que hacerlo con paraguas porque caía una lluvia fina, que de no haberlo llevado me hubiera terminado calando hasta los huesos. Estaba hermoso el camino, con esos árboles que tantas veces he visto en este recorrido habitual cuando vivía aquí. Cuando hace muchos años llegué a Arenas dedique tiempo a aprender sobre árboles. Castaños, robles, alisos, madroños, almendros, avellanos. Aprender sus nombres y la forma de sus hojas me parecía entonces tarea vital e  importantísima y lo convertía en tema de conversación con cualquiera que encontraba. Supongo que entonces tenía algún sentido, pero ya se me pasó esa fiebre.

El paseo bajo la lluvia fue balsámico. Caminar entre arboles siempre me pone de buen humor, el paraguas impedía la visión del cielo y las copas altas de los árboles. Yo me decía “estoy dando el paseo que tanto me gusta” pero tenía que reconocer que era un paseo mutilado al estar privado de esa amplitud del cielo que me impedía el paraguas. Pero mutilado y todo mucho mejor que ningún paseo. Mi amigo británico de Leeds dice que no conoce a nadie que después de salir a corre se arrepienta y piense que fue una mala idea. Eso me sucede a mí con cualquier paseo, pero más que con ninguno, con el camino de S. Pedro.

Por la tarde fui a dar la vuelta al pantano. Es un hermosísimo paseo también, pero me encontré con unos amigos y el hacerlo con ellos me impidió disfrutarlo. Cuando hablo con alguien de algo que me interesa me abstraigo del lugar en el que estoy de tal modo que no me entero de nada del paisaje a mi alrededor, me daría lo mismo estar en cualquier otro lugar. El foco de mi atención debe estar muy restringido porque si atiendo a una conversación no veo la belleza de los árboles, ni de los pájaros, ni de las piedras del camino.


Soy poco sensible a la belleza de la luz en la ciudad, por eso me sorprende que Trapiello sea tan sensible a los amaneceres o los atardeceres. Esté violeta, amarillo o azul, el cielo de la ciudad a mí me deja frío. No me sucede lo mismo en la naturaleza. Pasear por un bosque me produce una felicidad infinita y subir a la montaña también. A veces tengo remordimientos de que algo que me produce tanto placer sea una actividad solitaria. Parece que una actividad feliz debería ser aquella que se comparte con otro, pero las cosas son como son. Si en el lecho de muerte pudiera elegir cumplir un deseo, escogería repetir una vez más alguno de esos paseos por los alrededores de Arenas.

1 comentario:

  1. Como sé que a usted le gusta interpretar, digo esto farragoso pero sin reparo. Yo me explico el bosque como una realidad física absoluta. No son como una chica bonita, un objeto simple: una simetría (la proyección sobre un espejo) y una curva suave (no angulosa, continúa en su primera derivada), y que los adultos no sexistas deberían ya empezar a relativizar... esa fantasía que no parece de este mundo, ideal, que, dislocándola, nos parece lo más propio de los seres perfectos (geométricos, imaginarios, irreales). Lo feo, sin embargo, viene a ser algo mucho más preciosamente complejo y en minúsculo, 'aberrante', grueso de discernir, aunque bastante más evidente, para muchos, como representación de la brusquedad de lo 'verdaderamente' real (siempre sucia y meticulosa: la aproximación del fractal, por ejemplo). No me gustan especialmente los fetiches, pero para mí, porque es mucho más que eso, yo estoy con usted, un bosque desierto resulta algo tan irresistiblemente siniestro y hermoso (¿pero es que era necesario decirlo?), que evoca en absoluto, creo que así se puede explicar, estas dos cualidades primigenias y no humanas de las cosas, que parecen opuestas y nos dotan de la forma: la sensación real y su fantasía pura. Complejidad y bella sencillez, simultáneamente. No sé, quizá sea locura racionalizar el romanticismo, porque un bosque seguirá siempre fascinando, y siendo ese lugar ideal para morir en soledad, eternos y sin el ruido subjetivo de nosotros.


    Con discreción, pero le sigo.



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