07 noviembre, 2013

Anécdota de adultos.

En verano nos solemos juntar con distinta gente en casa de un amigo. Son cenas a las que acuden diferentes matrimonios y no siempre conoces a todos los que vendrán ese día. Con muchos de ellos ya coincidiste en otra ocasión, pero no siempre recuerdas sus nombres porque es frecuente que haga bastante tiempo desde que los conociste. Yo recordaba bien al hombre de uno de estos matrimonios invitados porque aunque nos habíamos visto solo en una ocasión, él es tan ingenioso que no había podido olvidarlo. La segunda vez que nos encontramos, sucedió la anécdota que quería contar. Ellos llegaron los últimos y todos nos levantamos para recibirlos. En ese barullo general que se formó a su llegada, en el momento del saludo inicial, mientras me daba la mano aproximó su cabeza a la mía y en voz baja me dijo: Por favor, con mucho disimulo, recuérdame el nombre de tu mujer. Se lo dije. Y con el mismo gesto de confidencia añadió: “Y también con mucho disimulo, dime cómo te llamas tú.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario