11 septiembre, 2013

CON MIS PADRES.

Estos días iniciales del curso en los que tengo más tiempo (como ya conté aquí otro año) estoy bajando más a ver a mis padres. Si hace un año era mi padre el que estaba depresivo y se quejaba a todas horas ahora es mi madre la que nos preocupa más. Tiene demencia senil y se olvida de todo. Te cuenta las cosas 10 veces, pierde las cosas por la casa, no se sitúa en el día de la semana,  casi no se sabe si es la mañana o la tarde.  
Hoy nos ha estado contando la mujer que la cuida algunas cosas de las que le pasan.
Dice que algunas veces se acerca a la ventana, mira hacia afuera, se pone a llorar y dice: “ya no valgo para nada”.

A mí me da pena y se lo cuento a mi mujer. Mi ser sería regodearme en ese momento de tristeza  y decir “ay, qué triste es la vida”, pero ella dice que no hay que detenerse ni prestar demasiada atención a esos momentos. Todos vivimos momentos de tristeza, tengamos la edad que tengamos, pero no hay que pararse en ellos. Focalizar la atención ahí solo puede deprimirnos.  

Lo cierto es que la mayoría del tiempo mi madre no se da cuenta de lo mal que está y vive más o menos feliz.

No sé qué actitud debo adoptar ante su vejez. Ya sé que debo cuidarlos pero ¿debo “compadecerme” –con el desgaste que eso supone- o he de mantenerme distante y solo cuidarlos sin sufrir con ellos?
Hoy me he acordado de la frase del “Siervo de Yahvéh” que dice “Ante quien se vuelve  el rosto”. El viejo es aquel del que nadie se quiere ocupar. Aquel ante el que se vuelve el rostro y se mira a otro lado.

Tengo la impresión de que les dedique el tiempo que les dedique siempre voy a sentir un cierto remordimiento. Primero porque seguramente siempre podría ser más tiempo y segundo porque, de algún modo, aunque esté con ellos mi actitud es de huida. “Yo no quiero ser vosotros. Yo no quiero ser viejo. Yo no quiero terminar muriéndome.”


 Pronto entraré en la vorágine del curso y bajaré a verlos apenas un rato unas cuantas veces durante la semana. “ANTE QUIEN SE VUELVE EL ROSTRO”. 

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