23 julio, 2013

CUANDO LA INDIGNACIÓN ES MENTIROSA

Me fascina ese descubrimiento (podíamos llamar freudiano) de que los sentimientos no son lo que parecen.

Por ejemplo: la rabia ante la injusticia. 

En lugar de preceder a la acción reparadora puede ser un modo de no hacer nada y al tiempo sentirnos bien. “Qué bueno soy que me indignan muchísimo estas cosas tan injustas.” Y tras esto a seguir tranquilamente con nuestra vida.

Lo explica estupendamente Aurelio Arteta en “El mal consentido” (p. 129)


“Empecemos por dejar de lado la mera rabia como fácil desvío de nuestra eventual responsabilidad ante el daño ajeno. Hablamos de ese sentimiento en apariencia honroso que se desahoga en el “no hay derecho” o en el “hay que hacer algo”… pero que no pasa de ahí. La indignación es un sentimiento que acompaña y precede al afán de justicia, pero no su condición suficiente. Mientras no sea más que eso, la rabia no es en modo alguno un precursor de la política, sino más bien su aparatoso sucedáneo. Se limita a reducir el diálogo posible a una expresión de emociones manifiestas y supuestamente compartidas por todos, que certifican nuestra autenticidad y nos otorgan ya alguna presunción de buena voluntad. En suma, la rabia es la “simulación de la política de la impotencia”.

Hoy en día, con la crisis, esta indignación escapista está a la orden del día. 

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