04 junio, 2013

Recordando a mi padre.

Mi padre no ha muerto aún. Tampoco está agonizando, que es cuando parece que esta frase tendría sentido. Mi padre solo está viejo. Soy yo el que ya lo ve muriéndose. O quizás es él quien ha entrado en una fase en la que parece que solo espera la muerte. Desde hace dos años su personalidad cambió, se convirtió en un hombre quejica, dejó de disfrutar de la vida y se convirtió un lamento constante.


Voy a abrir una sección dentro de PATATITAS. Todos los lunes voy a hacer una entrada sobre mi padre. Es como un blog dentro del blog. Una vez Ana (Pablo’s wife) me dijo que cuando escribía sobre cosas personales era cuando más le gustaban mis entradas. Eran otros tiempos, Ana era amable conmigo, yo con ella y Pablo con los dos.

En realidad se me ha ocurrido escribir sobre mi padre para sobrellevar su vejez. Si escribo todas las semanas algo sobre él como si ya se hubiera muerto es posible que coja con más gusto los ratos que aún estoy con él. Dicen que valoramos las cosas cuando las perdemos. Pues eso, imaginemos que ya ha muerto y comencemos a valorar los últimos días, meses o años con él. Escribir un blog sobre mi padre es convertir su vejez en algo productivo. Exactamente lo que es la vida de un viejo: productiva.

El párrafo que sigue es amargo y recomiendo saltarlo a las personas con poco estómago. Como posiblemente todos sepáis, estar con un viejo es una de las cosas más divertidas del mundo. Se disfruta cada minuto y cuando uno se marcha de su casa lo hace esperando ya la hora en la que volverá. Son momentos muy felices porque los viejos disfrutan mucho estos últimos años. Y disfrutas también por ti mismo, pensando que un día esos achaques, esa sordera, esas desavenencias con su mujer, esas pocas ganas de vivir te tocarán a ti. Y lo pasas realmente bien. Los años de juventud son fabulosos, la edad adulta es una edad perfecta para gozar… pero si de verdad te quieres llevar un buen recuerdo de esta vida no hay mejores años que los últimos. (Siento que no te haya gustado, ya lo advertí, tampoco a mí me gusta)

Nadie quiere morirse. Yo le tengo horror a la muerte. Pero creo que se puede aprender a morir. ¿Cómo? Mirándola de frente. El horror que nos produce, o me produce a mí, el cuerpo de un viejo es el mismo miedo a la muerte. No a la suya. A la mía. Creo que podría aprender a morir si no miro para otro lado en estos últimos tiempos que le quedan a mi padre. Acompañarle a él en esa impotencia que es la vejez es una manera de aceptar la muerte y asumirla. La vejez no es la muerte pero la anticipa con bastante fidelidad.

Vamos a ver en qué para todo esto.

1 comentario:


  1. Se caerán los dientes. A mí seguro. Caerán como pinzas de tender desde un quinto piso. Mi sonrisa se convertirá en un tendedero de tierno patetismo. Y qué si caminamos hacia el desastre. Mis piernas mordidas por la artritis me arrastraran, la cadera rendida ante el reuma las seguirá. Y qué si caminamos hacia la decrepitud.

    Me crecerán dientes de leche, de raíces imperecederas como amor de madre, en algún lugar del cerebro. Me crecerán robustos fémures en algún lugar del cerebro, caderas ortopédicas, aladas, en algún lugar del cerebro. Volaré, morderé, me beberé el zumo de la vida destilado del fruto podrido del tiempo.


    Mientras, pienso escribir sobre la poesía de la enfermedad. Sobre los trailers de ese peliculón que es la muerte. La enfermedad como metáfora. Por qué coleccionamos esa enfermedad y no otra, por qué hipocondríacos incapaces de soportar tanta felicidad, por qué almorranas tras procesar el desecho vital, por qué cándidas tras entregarse ciegamente a aquel amante, por qué cáncer tras tragar la culebra que roe por dentro.

    La enfermedad como una metáfora en la que no sabemos si el sentido figurado es el cuerpo o la calavera. Si el sentido real es el cuerpo o la calavera.

    Sobre eso voy a escribir.

    Bárbara Blasco.

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