17 junio, 2013

ANGUSTIA

Voy a cambiar un poco las cosas para que no se pueda identificar la persona ni los hechos exactos pero espero que os hagáis idea de la angustia que me produjo.

Imaginad que tenéis un alumno de raza negra y un día debido a su mala conducta le echáis una bronca en clase. Por algo que decís o por los gritos que dais -que no son habituales- o por lo que sea el alumno se acerca al final de la clase y os dice educadamente que no le ha gustado la bronca. Le decís que estáis muy descontentos con su comportamiento y que la culpa de la bronca solo la tiene él, por haberse portado mal. Él os acusa de discriminación y dice que os habéis comportado de modo racista. De ningún modo estáis de acuerdo con ese reproche y allí mismo -y alterado por la acusación- le dais más voces para explicarle que no se trata de racismo que únicamente ha sido un modo de censurar su mala conducta.

¿Os ponéis en situación? Dejadme que continúe en primera persona. Era viernes y me fui a casa cabreado. Me parecía que era injusta la acusación y me enfadaba ese mecanismo por el cual los alumnos primero se portan mal y cuando pierdes los papeles convierten la conducta del profesor en el tema central. Quieren ser ellos los que te enseñan a ti cómo debes corregirlos.

Sin embargo, pesaba en mí un remordimiento. Creía que los hechos eran ambiguos y creía que contados de una determinada manera podía convertir mi imagen en la de un racista. No pensaba que él tuviera razón pero sí que alguien podía pensar que la tenía. La preocupación no se me iba de la cabeza y creció en mí la seguridad de que el alumno –que se había comportado de modo educado cuando hacía sus acusaciones- se lo contaría a sus padres y al tutor y sus padres vendrían a hablar conmigo y toda esa historia. El alumno no es un mal alumno. Es cierto que se distrae y habla a menudo pero no es alguien con mala fama. Durante la tarde del viernes repetí en mi interior mil veces las razones por las cuales le había reñido y repetí una y otra vez que aquella bronca no había sido diferente de la que podía haber echado a otro alumno cualquiera con independencia de su raza. Pese a todo latía honda la sospecha que los hechos contados de determinado modo o ante oídos deseosos de escándalo podían ser interpretados como racismo. Ese día salimos con la caravana por la tarde pero me tuve que tomar medio orfidal para dormir bien.

El sábado fue un día de angustia. Angustia etimológicamente creo que está ligado a angosto. Como si estuviera atravesando por una estrechísima y larga grieta entre dos rocas y no pudiera casi respirar de lo estrecha que era. Tenía la absoluta seguridad de que el lunes mi conducta estaría en boca de todos y ya me veía justificándome ante el tutor, ante el jefe de estudios, ante los compañeros. No dudaba de que los padres llamarían a primera hora de la mañana al jefe de estudios y que el alumno se lo contaría a su tutor apoyado por algunos de sus compañeros. Me repetía que no había sido un comportamiento racista pero quizás podía ser visto así si la gente quería contar así la película. Ya me sentía censurado por todos.

Aquí entra en juego mi carácter. Yo no necesito haber hecho algo malo para sentirme culpable. El sentimiento de culpa es algo que nació conmigo. La vida lo único que hace es llenarlo alternativamente con unos contenidos o con otros. Yo, de natural, me siento culpable, luego ya veremos por qué.

Ojalá pudiera expresar la angustia que sentía. No puedo decir que fuera un dolor, ni una imposibilidad de respirar, pero aunque la angustia es algo psicológico la sentía como un malestar físico. Mi preocupación era tan grande que solo se me ocurre compararla a una angustia de muerte. Quizás os parezca exagerado pero si me hubieran dicho que tenía un cáncer no creo que hubiera podido sufrir una angustia mayor. Era un dolor inmenso que me amargaba la vida y me impedía concentrarme en nada. El asunto no era ya si era culpable o no. El simple hecho de imaginarme siendo el centro de todas las miradas como posible culpable me angustiaba tremendamente. ¡Qué importaba si lo era o no! ¿No era suficiente deshonra tener que demostrar mi honradez? Me lamentaba de no haber pedido disculpas cuando el chico me acusó de racista. De haberlo hecho habría desactivado el caso y ahora no estaría sufriendo este tormento. El sábado por la tarde ya había tomado la decisión de pedir disculpas cuanto antes. Quizás yo era inocente y no debía pedirlas pero no era eso lo que estaba en juego. Mi único objetivo era no aparecer como sospechoso ante todos. En lugar de esperar al lunes, esa misma tarde del sábado, escribí un mensaje privado al alumno a través de Tuenti y le pedí que me contestara diciéndome si lo había recibido. Tras esto me quedé mucho más relajado aunque de nuevo el domingo volví a sentir cierta angustia al no recibir ningún tipo de respuesta.

Me tranquilizó un poco que mi mujer no le diera ninguna importancia. Había sufrido la angustia en silencio hasta entonces pero el domingo no pude más. Un compañero, el lunes, también me tranquilizó.

Cuando la tarde del lunes recibí un mensaje comprensivo en el Tuenti (todos cometemos errores decía el chico) mi angustia ya había desaparecido casi completamente y me alegré mucho de que la cosa terminara allí.

En fin, he usado el racismo para contar algo diferente, como expliqué al comienzo, pero creo que os he trasmitido lo esencial. Hace mucho tiempo que no lo pasaba tan mal.

2 comentarios:

  1. Pensé que la angustia era por la desaparición de la UDS, hecho traumático donde los haya. Visto que no, sigo leyendo.

    ResponderEliminar
  2. Tengo un sobrino al que le importa mucho la UDS pero desde que se fue a vivir a Sudáfrica la Unión no es lo que era.

    ResponderEliminar