13 abril, 2013

¿Es el respeto solo temor?

Con los años es difícil no volverse cínico. Es difícil no caer en tópicos tan tristes como “tanto tienes tanto vales” o “el que no llora no mama”. Son tópicos realistas pero realistas en el peor sentido. Como si el único valer fuera el del tener o como si al débil el único caso que le haremos será si molesta.


Sin embargo, cuanto más conoce uno al ser humano más cuesta arriba se hace tener fe en él.

Por ejemplo, el respeto. ¿Es el respeto que unos seres humanos se tienen a los otros algo diferente del temor a su poder? ¿En qué se basa el hecho de que la gente te respete?

Desde un punto de vista puramente teórico e ideal las personas merecen respeto por el hecho de serlo; sean fuertes o débiles, grandes o pequeñas, peligrosas o inofensivas. Todos de acuerdo. ¿Pero es ese el respeto que funciona en la práctica?

¿En qué consiste que un profesor tome en serio a un alumno? Ya lo sé. Los alumnos merecen respeto siempre, sean indistintamente tímidos o lanzados y con independencia de que sean capaces de defenderse o no. Los aprobados o los suspensos (las notas) no pueden depender del temor de que el alumno se queje. Absolutamente de acuerdo. Pero no estoy hablando de lo que debería ser, estoy hablando de lo que es.

En la práctica esto funciona como cuando durante el partido los jugadores reclaman airados a un árbitro por haber pitado mal un penalti. Ese penalti no tiene marcha atrás, pero si han conseguido asustar al árbitro éste se pensará mucho si pitar penalti en la siguiente jugada dudosa. No actuará libremente según su conciencia, estará coaccionado por el temor a la queja. Ya lo sé, ya lo sé, el árbitro debe sancionar cuando crea que se ha producido un hecho que lo merezca. Ya lo sé. Todos estamos de acuerdo. De lo que hablo es de la práctica real.

La práctica me enseña que te piensas más la nota de un alumno protestón. Seguro que alguno se la piensa para perjudicarlo (por protestón). Y otros, muchos, esa es mi debilidad, para evitar el enfrentamiento con él. Lo que digo es que la gente tiene más cuidado de no pisarle un pie a la persona que se queja que a la que aguanta todo impertérrita. Así de simple.

¿Recordáis que el año pasado tuve en junio la queja de los padres de un alumno? El alumno suspendió, reclamaron al departamento y éste no rectificó mi nota. Pero en septiembre no me busqué complicaciones.

Podéis pensar que soy solo yo el que actúa así. Por el bien de todos, ojalá solo fuera exclusivamente una debilidad mía. Otro profesor, en plan confidencial y sin que yo le hubiera contado mi experiencia, me relató un caso similar en el que actuó exactamente igual que yo. No somos excepciones.



………….

¿De qué depende que tu horario sea mejor o peor cuando llegas como profesor nuevo a un instituto?¿Depende de si te ven más espabilado o más pardillo? ¿Depende de si te ven poco avisado o en seguida se advierte que te las sabes todas porque fuiste director de un centro anteriormente?
He cambiado en varias ocasiones de instituto. En todas ellas, en los primeros claustros, siendo yo nuevo en el centro, he tenido un irreprimible deseo de intervenir para exponer como creía que se debían resolver los asuntos que allí se trataban, me afectaran o no. Cuando algo me ha parecido que no se debía hacer de determinado modo he expuesto abiertamente mis críticas. Me parecían importantísimos los asuntos y he peleado para que mi manera de verlo fuera la que prevaleciera. En cada uno de los institutos, con el paso del tiempo, cuando ya era veterano, he ido perdiendo la gana de tomarme en serio los temas de los claustros. Con los años me he preguntado ¿Por qué ese afán de “aparecer” tanto en los primeros claustros y paulatinamente ese desinterés por hacerlo? Solo he encontrado una respuesta: estaba enseñando los dientes y mostrando mi poder. Mucho o poco, el que tenga. Estaba diciéndole a la dirección y a todos que puedo pelear duro por lo que creo. Mostraba que sé defenderme. Que no me pueden pisar un callo. Perdía el interés por “aparecer” cuando ya me había hecho un hueco, sabían quién era y respetaban mi espacio.
¿Por qué inconscientemente hacía lo que hacía? Quizás porque ya tengo en el fondo del alma esa idea triste de que los demás te respetan en la medida en que te temen.


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