13 julio, 2017

Dos ingenuidades y un error.



Somos seres sociales, no solo individuales. Y muchos de nuestros deseos más arraigados no son individuales, son construidos socialmente. Es la sociedad la que desde la infancia ha ido configurandolos, y deseos que consideramos absolutamente personales han sido creados/construidos por la sociedad. 

Mi primera ingenuidad es creer que mis deseos son personales, que nace exclusivamente de mi particular modo de ser. Seguramente la idea contraria la he leído mil veces y en teoría sé que somos seres sociales, construidos socialemente, pero cuando Harari escribe que en el siglo XXI las personas creen que serían felices si pudieran viajar mucho, deseo que sería absurdo e incomprensible en otras épocas, me sorprendo. ¿O sea que esto mío de imaginar la jubilación con la autocaravana es algo que me viene de fuera?

En otros tiempos un hombre era feliz si podía dejar una larga descendencia de hijos y nietos. No digo que no me gustaría tener nietos… ¿pero quién quiere que sean muchos? Ese ya no es ideal de felicidad en el siglo XXI. 

Mi segunda ingenuidad es pensar que puesto que nuestros deseos han sido modelados y configurados por algo externo, la sociedad, basta con tomar conciencia y saberlo, para que pierdan su fuerza y nos demos cuenta de que no son nuestros deseos auténticos
El tercer error consiste en creer que el hecho de que los deseos de felicidad tengan un origen social los convierte en falsos o inauténticos. No es que seamos individuos y las sociedad nos trasnforma en algo que no somos, es que somos esencialmente sociales. Hacernos en sociedad es algo inevitable y en eso consiste nuestro modo de ser. Esos deseos sociales son nuestros auténticos deseos porque nuestra esencial identidad no es algo individual.

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